25 nov 2013

El poeta Bertolucci en Parma, casi al oído

Una chica nacida, criada y trabajada en la ciudad de Parma me llevó algunas veces en su coche hasta las afueras a cenar, mirándonos hablar, en la ostería I Tri Siochètt. Le había pedido, entre otras cosas, que contempláramos con cierto detenimiento el tramonto, la puesta de sol en el paisaje de mi amado poeta parmesano Attilio Bertolucci y, si ella se prestaba, que me recitase algún fragmento con el acento de la Parma afrancesada que todavía “arrotonda le erre”. Era el lugar y el momento ideal. El río Po ha modelado con particular fortuna, ha compactado, ha construido materialmente la extensa pianura padana, la región minifundista de un millón de hectáreas de graso regadío, en cuyo interior se halla la
bassa parmense, el paisaje retratado en la gran película “Novecento” por el hijo del poeta Attilio Bertolucci, el cineasta Bernardo Bertolucci. Pero a mi me interesaba la palpitación sobre el terreno del punto de vista del padre y de mi acompañante, mientras nos mirábamos hablar.
Intimar con su paisaje, diluirse en él ni que fuese durante el tiempo de una cena con sobremesa me parecía condición inexcusable. La red de ciudades medianas que dan lugar a la riqueza de esta región sigue siendo tributaria de la implantación de los romanos a lo largo de la Vía Emilia en núcleos separados por un día de marcha a pie: Piacenza, Parma, Reggio Emília, Módena, Bolonia, Imola, Forlí, Cesena, Rímini, Ferrara, Ravenna... Se vertebraron sobre un esquema de punto de etapa y lo siguen estando hoy, a poco rato de tren o autopista, gracias un policentrismo entendido como red y no como dispersión. El territorio, la disposición del territorio, juega un papel primordial. 
La región de Emilia-Romaña, con capital en Bolonia y segunda ciudad en Parma, es una de las más prósperas de Italia y de Europa. No ha basado la riqueza en la gran industria, sino en empresas de dimensiones limitadas en ciudades pequeñas y medianas, vinculadas con frecuencia a la fertilidad de la tierra y a la modernidad dentro del sector agroalimentario. La razón primitiva de tal fertilidad es el río Po, el espinazo de la Italia del norte.
Uno de los puntos destacados del fenómeno es el Oltrepo pavese, la periferia fluvial de Padua. Sin embargo el Po no tiene una capital, no la ha querido nunca. Cada municipio ha configurado su propia bassa, su comarca "baja" marcada por el río y sus derivaciones. El Po es un gigante que ha sabido hacerse pequeño con astucia y ha repartido el poder sobre el terreno con bellísima sabiduría. La poesía de Attilio Bertolucci está muy ligada a este paisaje, mi admiración y la cena con mi acompañante en la ostería también. 
Hablamos de los Bertolucci y de nosotros. A la hora del café, debidamente corretto con generosidad, accedió a recitarme lentamente, “arrotondandono le erre” de forma espontánea, el “Canto del pellegrino” del amado Attilio, tras haber presenciado --mientras cenábamos tortelli d’erbette-- cómo el sol se ponía en la bassa parmense a la espalda de un horizonte color naranja sanguina, un sol poderoso, grandilocuente y silencioso como un rey de tragedia. Me dijo alrededor de la mesa, en voz baja, casi al oído:

Bronzea notte che l’abbarbicato albero consuma

e il querulo ruscello secca e la pietra oscura;

notte che l’alba fa desiare e aspettare

a ll’immobile pellegrino preso la fonte consunta.

Se l’alba piove dal freddo sole,

dissepolto allucinato biancore,

sul mio oscuro mattino con tenerezza,

o fiore ti saluta l’immobile pellegrino.

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