Josep Pla es el autor de las descripciones más delicadas de la literatura catalana contemporánea, esparcidas en fragmentos fulgurantes de libros muy distintos. A la vez es un escritor proverbialmente desaliñado, incluso grosero o vulgar en algunos momentos. Para ventilar el clasicismo envarado de los “noucentistes”, se deleitó a menudo en su juventud con la reventada, como recuerda el último suplemento semanal “Cultura/s” del diario La Vanguardia. A propósito del venerable regeneracionismo de la Institución Libre de Enseñanza, Josep Pla y Eugeni Xammar escribieron a cuatro manos el 2 de febrero de 1924 en el diario conservador La Veu de Catalunya, cuando ejercían ambos como corresponsales en Berlín: “La Institución Libre de Enseñanza, segregadora del cincuenta por ciento de la pedantería española (la pedantería de izquierda) y la gente que en Madrid han montado ese tinglado a base de dejarse crecer la barba, afeitarse la cabeza, pasar el domingo en el Guadarrama y hablar de la cosa inglesa, le parecían a Pijoan cosas extraordinarias. A raíz de aquel contacto Pijoan quedó tarado para toda la vida”. Posteriormente
Pla moderó el tono y limó muchos escritos de juventud, aunque en la vejez retornó a la incontinencia verbal, a la reventada.
Pla moderó el tono y limó muchos escritos de juventud, aunque en la vejez retornó a la incontinencia verbal, a la reventada.
De entrada me extrañó que Manuel Ortínez, quien conoció al escritor de cerca, se obstinase en titular “Josep Pla, el librepensador vulgar y sublime” la conferencia que me pidió que le ayudara a escribir para abrir en el Salón de Ciento del Ayuntamiento de Barcelona los actos conmemorativos del Año Pla, organizados con motivo del centenario de su nacimiento. Manuel Ortínez quería estructurarla alrededor del concepto de vulgaridad en Josep Pla. Mis tanteos para disuadirle a la hora de redactar por fragmentos lo que conversábamos cada día no lograron ningún resultado. Sabía lo que deseaba decir en aquel texto, no aceptaba desviarse y resultó ser una aproximación clarividente al talante del gran escritor.
Dijo Ortínez en la conferencia, que no se publicó una vez pronunciada: "Aunque nací en 1920, una generación después de Pla, recuerdo haber oído ya de chico en mi entorno familiar reproches contra su vulgaridad. A mediados de los años 30 empecé a leerle en la prensa y me sorprendió que un personaje que me atraía por la calidad de su escritura pudiese tener al mismo tiempo aquella inclinación hacia la excesiva vulgaridad. Con el paso del tiempo he comprendido que una de les claves del enorme interés que despierta la obra de Pla es precisamente ese contraste entre su sólida cultura literaria y una inclinación permanente a la sencillez de comprensión, incluso cuando no tiene reparo en caer en la vulgaridad".
En otro momento de la intervención, añadió Ortínez: "Del mismo modo que hizo de la psicología de los payeses un tema recurrente, a muchos nos hubiera gustado que se enfrentase al retrato de la burguesía e intenté ayudarle en la medida de mis posibilidades, como él me pidió. Me pareció que la forma de lograrlo era organizando varias comidas Barcelona entre el escritor y la gran burguesía catalana del momento, el grupo de dirigentes para quien yo trabajaba, encabezado por Domingo Valls Taberner, Pepe Bultó, Manuel Bertrand, Pepe Viladomiu, José Botey, etc. El "sanedrín" de la burguesía estuvo de acuerdo en mis propuestas anteriores de contribuir a la subsistencia económica de la Generalitat en el exilio o de incorporar a Josep Pla al diario El Correo Catalán, con el objetivo básico de mejorar la escasa retribución que obtenía de su larga y valiosa colaboración en el semanario Destino y que mantuvo a un escritor de tal categoría en precaria situación económica hasta el final de su vida. Sugerí a Pla que no se conformase y le propuse duplicar automáticamente en El Correo Catalán el precio de sus artículos en Destino.
"Los dirigentes de la gran burguesía catalana textil aceptaron mi propuesta de tomar parte en una serie de encuentros con Josep Pla. Nos reuníamos con él a almorzar en el restaurante Reno, en La Puñalada, a veces en mi casa. Sin embargo los participantes vieron paulatinamente que no se soportaban, los unos por la vulgaridad de Pla y el escritor por haber llegado a la conclusión de que no le interesaba la mediocridad intelectual de sus anfitriones. Eran ricos, pero generalmente poco cultivados. Querían ser refinados, pero la mayoría ni habían pasado por la universidad. Vivían muy bien, pero con frecuencia se mostraban avaros. Eran propietarios y dirigentes de grandes empresas, pero no siempre grandes empresarios. Aquellos exponentes destacados de la gran burguesía del momento no congeniaban con la actitud de Pla, quien abusaba en algunas ocasiones del anticonvencionalismo. A mi me importaba poco, me interesaba mucho más su conversación que sus apariencias, pero a otros les resultaba difícil de entender. Es curioso que no apreciasen la calidad del personaje, aunque por la misma razón también lo es que un literato de la talla de Pla fuese a veces tan vulgar, posiblemente como escudo de su timidez, sobre todo colocado en determinados círculos sociales. No sintonizaron, se decepcionaron mutuamente. No escribió el libro sobre la burguesía catalana porque no le encontró la categoría humana y social que le interesase. Tendría que haber hablado mal de ellos, los encontró provincianos".
Manuel Ortínez tuvo el acierto de terminar la conferencia con una cita de Pla muy bien escogida. El escritor había dejado una especie de testamento literario en el volumen Darrers escrits, un año antes de morir: "Es un hecho evidente: todo cuanto he escrito es vulgar, tierra a tierra, insignificante. He realizado una literatura sin retórica, sin declamación, sin ninguna ínfula. Siempre he sido un realista, consciente y convencido. Esa tendencia la tengo no por espontaneidad digamos física, sino porque la he pensado. Siempre he creído que la realidad es un fabuloso prodigio.
"He escrito una literatura, seguramente demasiado extensa, sin ninguna pretensión, sin gritar ni lagrimear, sin ninguna forma de demagogia literaria. Esa literatura es una observación muy elemental de la realidad que me rodea --y que no he sabido poetizar. Me he ocupado puramente de la vida humana, de las cosas, he hecho retratos, paisajes, a veces de países alejados. No he sido más que un periodista vulgar. No vayan a pensar que he realizado un esfuerzo inaudito y extraordinario. He trabajado siempre porque he creído que esa era la única manera de pasar el rato y combatir el tedio y el aburrimiento que nos ha invadido a todos.
"Esa literatura tiene una intención secreta, que no vale ni la pena formular. Habiendo nacido en un país en que la casi totalidad de la ciudadanía no sabe ni leer ni escribir la lengua que habla de cualquier manera, he tratado de hacer algo que la gente pudiese leer sin un dolor excesivo y real. No he compartido nunca las ilusiones del patrioterismo catalán ni he formado parte de ninguna coterie dedicada a la facilidad verbal. Por el momento no hemos acertado ni una. Las ilusiones deben tenerse no a lo tonto y para fanfarronear, sino por la existencia de posibilidades.
“Emprendí un camino literario vulgar, aunque sin pornografía, chismorreo ni anarquía, siempre a favor de una sociedad repleta de los defectos que quieran, pero que es la más racial. Me he equivocado sin dudamuchas veces, no puedo remediarlo: es normal. He sido uno de los escritores más atacados de este país. Es indiferente. Mucho más me he atacado a mí mismo. Tengo el gusto de comunicarles que tengo un sentido del ridículo a veces oscuro, aunque indestructiblemente personal, a pesar de la enorme cantidad de escritos que desgraciadamente he tenido que publicar. Lo que haya escrito no tiene la menor importancia, siempre escribí para los que vendrán el día de mañana. Creo que esa pasión por la continuación es lo que en nuestro país resulta esencial. La gran historia de nuestro país es que el pueblo y los forasteros asentados sepan el catalán. No será fácil, pero precisamente por eso el interés es mayor. ¡La continuación! Ese es el gran problema. Lo digo en el siglo más sanguinario, más demencial, de la era cristiana que es el siglo XX. ¡No lo olviden nunca!".
Tras la cita del escritor, Manuel Ortínez concluyó: "El supuesto payés de Llofriu tenía capacidad y motivos para dar lecciones sobre anti-provincianismo a grandes señores, a grandes intelectuales y a políticos emergentes. Las contradicciones de Josep Pla fueron también su riqueza, su talla y su lección".
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