Se cumple el 800 aniversario de la famosa batalla de Bouvines, librada el domingo 26 de julio de 1214 a un tiro de piedra de la ciudad francesa de Lille. El nacionalismo de los historiadores románticos la presentó siempre como el nacimiento de Francia con carácter de país, con una visión discutible y magistralmente discutida por el maestro de medievalistas franceses de la Escuela de los Anales, Georges Duby, en su exitoso libro de 1973 Le dimanche de Bouvines. En realidad aquella batalla enfrentó a dos modelos distintos de monarquía y sistema de gobierno, dentro de un debate vigente hasta hoy. El rey francés Felipe Augusto II había empezado a dotar a sus dominios territoriales de un cierto grado de administración, a la vez que renovaba la muralla de
París, construía el primitivo castillo real del Louvre y mandaba empedrar las principales calles de la capital, prácticamente limitada a la actual isla fluvial de la Cité.
París, construía el primitivo castillo real del Louvre y mandaba empedrar las principales calles de la capital, prácticamente limitada a la actual isla fluvial de la Cité.
El monarca quiso plantear a campo abierto la complicada rivalidad con el rey de Inglaterra, teórico vasallo suyo por la parte de posesiones que mantenía en el continente. El desenlace se produjo en la batalla de Bouvines, ganada por los franceses frente de la coalición anglo-germánica, con el consiguiente refuerzo de la monarquía centralista francesa y el debilitamiento del monarca inglés Juan sin Tierra, lo que abrió paso a la monarquía parlamentaria británica y la limitación de los poderes del soberano.
Hasta la aparición del libro de Georges Duby, la batalla de Bouvines significaba en la historia oficial el nacimiento del sentimiento nacional francés, pese a que aun no existía la noción ni la nación de Francia, la bandera francesa ni el predominio de la lengua francesa. Georges Duby estudió la historia de otro modo, poniendo el acento en las mentalidades y las estructuras sociales para mostrar que el desenlace de la batalla significó en Inglaterra la preponderancia de los barones territoriales sobre el ilimitado poder real y por lo tanto el embrión de la monarquía constitucional. En cambio en Francia abrió camino al apogeo de la monarquía autoritaria, absoluta, centralizadora y unitarista. Aquel domingo de Bouvines descrito por Duby se convirtió en un vuelco de la historiografía y en un best-seller.
La historia de los posteriores Estados-nación ha abusado en todas partes del concepto secular de “país” como entidad política de origen remoto. En realidad cada país tan solo fue durante largos siglos un conjunto heterogéneo de territorios, laxamente gobernados por la combinación cambiante de dinastías. El discurso de los Estados-nación coincidió con el apogeo del nacionalismo y sigue vigente de forma desproporcionada en las mentalidades de hoy.
La batalla de Bouvines, reinterpretada por Georges Duby, planteó en realidad una debate sobre los sistemas de gobierno que duraría siglos. El resultado favorable a la monarquía absolutista francesa volvió a tentar cuatro siglos más tarde al rey Carlos I de Inglaterra, de la dinastía Estuardo. Perdió de nuevo la guerra, esta vez frente a sus barones organizados en el marco del Parlamento. Lo decapitaron en 1649, sustituido por la semi-república de la Commonwealt que encabezaba Cromwell. A la muerte de este diez años más tarde, los Estuardo recuperaron el trono.
El Parlamento les expulsó de nuevo al exilio en Francia a raíz de la Revolución de 1688, la Gloriosa, a favor de la dinastía más moderada de los Orange, procedente de la avanzada Holanda protestante y dispuesta a aceptar una monarquía parlamentaria, dotada a partir de entonces con la pionera carta magna de la Bill of Rights. Reconocía los derechos fundamentales de los súbditos, en particular de la burguesía mercantil, la cual daría lugar al imperio británico y a la revolución norteamericana para sacudírselo de encima. Karl Marx opinaba que aquella revolución inglesa “señaló la primera victoria decisiva de la burguesía sobre la aristocracia feudal”.
El Parlamento les expulsó de nuevo al exilio en Francia a raíz de la Revolución de 1688, la Gloriosa, a favor de la dinastía más moderada de los Orange, procedente de la avanzada Holanda protestante y dispuesta a aceptar una monarquía parlamentaria, dotada a partir de entonces con la pionera carta magna de la Bill of Rights. Reconocía los derechos fundamentales de los súbditos, en particular de la burguesía mercantil, la cual daría lugar al imperio británico y a la revolución norteamericana para sacudírselo de encima. Karl Marx opinaba que aquella revolución inglesa “señaló la primera victoria decisiva de la burguesía sobre la aristocracia feudal”.
En 2009 el historiador Steve Pincus, de la universidad de Harvard, publicó un sonado ensayo para revisar con visión de hoy la importancia de la Gloriosa, en el libro titulado 1688: The First Modern Revolution (traducido en 2013 al castellano por la editorial Acantilado). Quería contrastar el liberalismo de aquel movimiento con el estatismo de la Revolución francesa un siglo después. En España, en cambio, la también llamada Gloriosa o Revolución de Setiembre debió esperar dos siglos, hasta 1868. También expulsó al exilio a una reina absolutista, Isabel II de Borbón, para dar lugar a una monarquía parlamentaria. Solo duro los dos cortos añitos del monarca de importación Amadeo de Saboia, el denominado “interludio saboyano”. Acto seguido la I República duró lo mismo, de 1873 a 1874.
Aquí la reforma del sistema de gobierno no cuajó. Tras el intento, España volvió a la monarquía absolutista de siempre. En el libro del año 2012 Why nations fail (Por qué fracasan las naciones), Daron Acemoglu y James Robinson argumentan que en Inglaterra el Parlamento se opuso con éxito a que la reina Isabel I y la corte concentrasen en sus manos el comercio atlántico, como también ocurrió en Holanda, lo que dio pie a una nueva clase de comerciantes. En España sucedió al contrario. Las Cortes perdieron poder, con la consiguiente decadencia económica a partir del siglo XVII y el freno a las transformaciones.
Visto desde hoy, la batalla de Bouvines no alumbró a Francia, como pretendía el nacionalismo de los historiadores románticos, sino al enfrentamiento entre dos sistemas de gobierno posibles dentro de las monarquías, como aclaró con acierto Georges Duby, el historiador de la renovadora Escuela de los Anales. A raíz del 800 aniversario de la batalla, conmemoremos la victoria del conocimiento renovado de la historia.
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