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La reciente noticia de portada del diario El Periódico sobre la decisión de las nuevas autoridades municipales de Barcelona de “abrir el grifo” a la música en directo en los locales afectados hasta ahora por una legislación restrictiva que les condenaba a la semi-clandestinidad, ha provocado la lógica emoción en un sector extendido de forma capilar a lo largo de la ciudad, pese al escaso eco público habitual en los grandes medios de comunicación. El circuito off de las distintas expresiones culturales representa el humus fecundo, el caldo de cultivo indispensable de la creatividad. El correcto
funcionamiento del ascensor entre esta base de la pirámide y las salas de actuación más reconocidas (y subvencionadas) constituye un indicador neurálgico de la salud pública cultural. La verdad es que el ascensor no funciona.
La reciente noticia de portada del diario El Periódico sobre la decisión de las nuevas autoridades municipales de Barcelona de “abrir el grifo” a la música en directo en los locales afectados hasta ahora por una legislación restrictiva que les condenaba a la semi-clandestinidad, ha provocado la lógica emoción en un sector extendido de forma capilar a lo largo de la ciudad, pese al escaso eco público habitual en los grandes medios de comunicación. El circuito off de las distintas expresiones culturales representa el humus fecundo, el caldo de cultivo indispensable de la creatividad. El correcto
funcionamiento del ascensor entre esta base de la pirámide y las salas de actuación más reconocidas (y subvencionadas) constituye un indicador neurálgico de la salud pública cultural. La verdad es que el ascensor no funciona.
En Barcelona opera toda una lista de locales con programación estable de música en directo. Merecen un monumento por su lucha perseverante frente a la adversidad, desde el Jamboree del grupo Mas i Mas hasta el Bar Pastís de José Ángel de la Villa, entre muchos otros, cada uno con sus características y peculiaridades. La carencia no procede de la red capilar de locales culturales en vivo y en directo, sino del ascensor averiado entre este amplio estrato subterráneo y la posibilidad de profesionalización a través de las salas convencionales (y subvencionadas).
Un conocedor del terreno como Aurelio Santos, “desorganizador” desde hace más de veinte años de las jam sessions de cada lunes en el Jamboree de la Plaza Reial, escribía a raíz de la noticia de portada de El Periódico: “En una ciudad como Barcelona la precariedad más absoluta campa a sus anchas en la escena de la música en vivo, eminentemente en el sector de clubes, bares, restaurantes y otros locales similares”.
Naturalmente, añadía a continuación: “Tengo que ratificarme en mi más profundo agradecimiento hacia Mas i Mas y todo el equipo del Jamboree Jazz Club por el apoyo continuado a las WTF Jam Sessions, dotándonos de las condiciones técnicas y humanas necesarias para que tanto los músicos y público que cada lunes acuden a la jam tengan las mejores sensaciones y experiencias”.
El mismo Aurelio Santos, con la franqueza que le caracteriza, entraba al trapo pocos días después en la polémica suscitada por la escéptica crítica de la publicación digital DistritoJazz.com a raíz de la actuación de la joven artista revelación catalana Andrea Motis en el concierto de clausura de la 50 edición del festival vasco Jazzaldia. En realidad la cuestión era el apoyo programador y mediático masivo a algunas personalidades emergentes, colocadas por las nubes de un día para otro, en detrimento de la media de calidad del resto de profesionales. “Hoy, con 20 añitos—opina Aurelio Santos--, Motis está en un lugar del escalafón en que otros muchos, con más talento y bagaje, deberían estar, educando estos maestros a las audiencias jazzísticas que, a mi humilde juicio, no tienen ya criterio alguno para juzgar ya qué es y qué no es un buen concierto de jazz”.
Yo mismo, que en algunas épocas he seguido de cerca la música suramericana en Barcelona y he publicado algunos libros al respecto, me he visto sorprendido por dos hechos. En primer lugar, el alto nivel de calidad de los músicos pese a su precariedad de medios profesionales. En segundo lugar, la escasa permeabilidad entre este circuito off y las salas convencionales de conciertos.
Las inminentes Festes de la Mercè en Barcelona, dedicadas a Buenos Aires con la colaboración de las autoridades argentinas, desplegarán una serie de nombres recién llegados de allá y seguramente silenciarán a quienes trabajan todo el año aquí en los mismos géneros. El director cinematográfico Carlos Saura estrenará próximamente, con previsible eco mediático, su largometraje dedicado al folklore argentino y seguramente no servirá para conocer a los argentinos que lo practican con mérito durante todo el año aquí mismo.
“Abrir el grifo” a los locales de música en vivo de la ciudad para que puedan tener los permisos de actividad en regla es un primer paso. El segundo, igualmente decisivo y pendiente, es que los músicos que actúan en ellos sean valorados cuando lo merezcan por los programadores del circuito oficial (y subvencionado).
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