Ayer junto al amigo Quim fuimos al bosque, concretamente hasta la iglesia románica de Santa Coloma de Fitor, en pleno macizo de las Gavarres. Primero pasamos por la panadería-pastelería de Can Xapa en Bordils y tomamos algo en Can Sipi. Acto seguido nos adentramos en la Gavarra. El pueblo disperso de Fitor, integrado en el municipio que desde 1977 se denomina Forallac (por la fusión de los tres ayuntamientos de Fonteta, Peratallada y Vulpellac) se vio abandonado por falta de rentabilidad de las tareas del bosque y la pequeña ganadería. “La máquina ha desplazado al hombre, el capital al trabajo y el
veraneante al payés”, escribe el historiador Enric Sagué en el libro Els últims hereus. “Pare, que el bosc ja no és el bosc...”, afirma Joan Manuel Serrat en la popular canción “Pare”.
veraneante al payés”, escribe el historiador Enric Sagué en el libro Els últims hereus. “Pare, que el bosc ja no és el bosc...”, afirma Joan Manuel Serrat en la popular canción “Pare”.
Es cierto que estos antiguos dominios de carboneros, pastores, leñadores y recolectores de corcho se han convertido en una especie de parque de recreo de la sociedad urbana. El bosque ya no es el bosque de antes, pero sigue ahí. Tiene un aire –o más que un aire— de residencia secundaria de los de la ciudad.
La tramontana moderada de ayer esmaltaba el azul del cielo sobre el bellísimo románico lombardo del siglo X, restaurado en 1987 y 2011. Imprimía un temblor efervescente a las hojas de las encinas. También lustraba la flor violeta de los cardos, el rojo de las amapolas, el oro viejo del trigo erecto, el negro severo de la pizarra...
En Santa Coloma de Fitor aun se celebra cada año una concurrida romería el tercer domingo de octubre. El poblamiento remonta muy atrás, como atestiguan los monumentos megalíticos en uno de los núcleos más densos de dólmenes de toda Catalunya.
En la edad de oro del corcho para la fabricación de tapones de exportación, los propietarios de algunas de las cuarenta masías de Fitor formaban parte el siglo XIX de la aristocracia local. En el Mas Torroella de Fitor nació el escritor palafrugellense Miquel Torroella i Plaja, que ahora tiene un monolito a la sombra de esta iglesia.
En el vecino Mas Cals nació la madre de Josep Pla. Ambas masías han sido restauradas y ahora operan como alojamiento rural. En la finca Can Puig de Fitor, propiedad de la Fundación Catalunya-La Pedrera, el joven pastor de Palamós Carlus Trijueque se encarga con su rebaño de ovejas y cabras de la limpieza del bosque y el mantenimiento de los pastos.
Finca Fitor es hoy el nombre comercial de la empresa de la familia Botey, dedicada a la gestión forestal de las 1.000 hectáreas que posee en el paraje. Josep Botey Riera era un industrial textil barcelonés que a partir de 1947 adquirió hasta nueve masías de Fitor. Diez años después solo quedaban dos de ellas habitadas por arrendatarios, el Mas Plaja y el Mas Vidal.
El macizo de las Gavarres fue conocido como “la montaña de los cien fuegos” por la cantidad de carboneros que trabajaban. El cambio energético y el desarrollo fabril y turístico de los municipios del llano vaciaron las masías.
La finca fue heredada en 1967 por el hijo Joan Botey Serra, ingeniero químico que estudió posteriormente ingeniería agraria para ocuparse de ella y encontrarle nuevos aprovechamientos. Mantuvo hasta 1996 el rebaño de un millar de ovejas y cabras. También rubricó un acuerdo con la empresa papelera Torres Hostench para plantar eucaliptus. Ha participado en cargos de múltiples organismos forestales nacionales e internacionales. La filial Agrofitor ha abierto una línea de turismo rural, visitas guiadas y alquiler de espacios.
Se encuentran en buen estado los once kilómetros de camino de tierra que separan Santa Coloma de Fitor de la carretera general de Girona a Palamós. El bosque ya no es el bosque de antes, es el de ahora. De algún modo ha sido restaurado, igual como las antiguas masías, aunque sea con otros usos. Ayer todo Fitor se veía esmaltado por una tramontana agradecida, viva, rejuvenecedora.
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