Algunos van de vacaciones a lugares remotísimos y regresan con historias que consideran insólitas, por ejemplo la del Bosque Petrificado del estado norteamericano de Arizona, fruto de la lenta mineralización en clima desértico de vestigios vegetales y animales de milenios atrás, que estos días he visto expuesto a toda página en un diario de aquí. El exotismo atribuido a la lejanía suele tener réplicas mucho más cercanas que lo superan con frecuencia. En este caso, el bosque petrificado que sustenta toda la ciudad de Venecia, levantada materialmente encima de una jungla tupida de troncos hundidos cabeza abajo en la laguna para servir de cimentación a cada edificio. Esos troncos se han petrificado con el paso de los
siglos gracias al revestimiento de limo que impide su contacto con el oxígeno.
siglos gracias al revestimiento de limo que impide su contacto con el oxígeno.
Venecia es un monumental palafito, vive sobre un bosque en apnea de millones de árboles hincados con función de pilonas. Un libro del siglo XVII explica que bajo la iglesia de Santa Maria della Salute plantaron durante su construcción un total de 1.106.657 troncos de cuatro metros de longitud, igual que bajo el puente de Rialto para contener el empuje del arco de piedra. Procedían por vía fluvial de los Alpes, incluso de Dalmacia.
Al “descubrir” Venezuela en 1499, Americo Vespucci relacionó los palafitos del lago de Maracaibo con los edificios venecianos y por eso le puso el nombre de Venezuela o pequeña Venecia (de paso dio su nombre de pila a todo el continente).
En Venecia todo el mundo camina hoy sobre un bosque petrificado, y no es preciso ir hasta el desierto de Arizona.
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