19 dic 2019

Antes siempre estaba dispuesto a viajar a Italia, ahora también

Escribí por primera vez sobre Italia en El Mediterrani ciutat (1984) para relatar la actualidad del carácter urbano de ambas orillas. Todas las ciudades elegidas se hallaban alrededor del millón de habitantes o lo superaban, salvo Venecia, cuya grandeza no radica en las cifras. En Nápoles la hospitalidad de la profesora Alessandra Riccio, los encuentros con la novelista Fabrizia Ramondino y las cenas con Giuseppe Grilli me introdujeron en los repliegues de la gran capital del sur. En Génova me basé en una imagen del poeta y premio Nobel genovés Eugenio Montale, quien afirmó que su ciudad es "una larga serpiente que ha ingurgitado un elefante", refiriéndose al papel histórico del puerto anclado en el centro del anfiteatro de la bahía urbana. El vuelco de mi producción sobre Italia se produjo el día en que en Roma puse los pies en Stampa Estera, la asociación de corresponsales extranjeros. El colega Rossend Domènech aceptó la propuesta de escribir entre ambos un libro sobre esta ciudad, donde él vivía desde tiempo atrás. Bajo el título Roma, passejar i civilitzar-se se editó en la colección que dirigía Enrique Badosa en la editorial Plaza y Janés. Dos años después publiqué en la misma colección mi
siguiente libro, Ofici d'amant a Florència, que en esta ocasión escribí solo. El núcleo del libro era Florencia, pero quise dedicar una atención equiparable a Pisa, Siena, San Giminagno, Pienza, Volterra, Arezzo, Montepulciano...
Diez años más tarde los editores consideraron que aquellos dos libros seguían conociendo una demanda de nuevos lectores que viajaban a Italia, literaria o materialmente. Nos pidieron que pusiéramos al día nuestro texto de Roma, passejar civilitzar-se y el mío de Ofici d'amant a Florència.
Más adelante publiqué un libro sobre Milán, cuando mi hija pasó a trabajar en esta ciudad.
Ya había escrito largos capítulos sobre Milán en dos ocasiones anteriores, en El Mediterrani ciutat y  en Les altres capitals, una narración de viajes con el fotógrafo Xavier Miserachs a ciudades europeas. Sostener ahora un libro entero exigía un hilo argumental más arriesgado.
Mi admiración por el culo mejor torneado de la historia de la escultura, el de la alegoría de Napoléon como hercúlea divinidad desnuda esculpida por Antonio Canova en el patio milanés de la Academia de Brera, se convirtió en la trama narrativa de El cul de Napoleó o la revelació de Milà. El editor puso en la portada del libro una faja de promoción que proclamaba junto a mi foto: "El descubrimiento apasionado de un gran escenario: Milán. Un nuevo síndrome de Stendhal”. (Foto Quim Curbet)

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