23 ene 2012

Los géneros de la violencia de género

Desde principio del año 2012 ya se han producido seis muertes por violencia de género en España, cuatro de ellas en Cataluña. Unos meses atrás publiqué sobre este tema el artículo siguiente: 
A comienzos de este mes de julio se han registrado tres asesinatos de mujeres en veinticuatro horas por violencia de género, a manos de sus parejas o ex parejas. Los crímenes se han producido esta vez en Hernani, Zaragoza y Barcelona. Sitúan el total durante la primera mitad del año transcurrido en 32 mujeres asesinadas por este motivo, 5 de ellas en Cataluña, prácticamente igual número que en el mismo período del año anterior. Las estadísticas testifican que el 75 % de las víctimas y de los
agresores son españoles.  Lo que no explican esas terribles estadísticas son los motivos por los que no bajan de intensidad. Muchas otras barbaridades de la conducta humana se han ido limando más o menos con el paso del tiempo, los adelantos materiales de la civilización y la conciencia general sobre las normas básicas de convivencia. Nadie duda que la sociedad actual es netamente más civilizada que siglos atrás.
Sin embargo permiten dudarlo las cifras de la violencia de género. Alguien podrá aducir que antiguamente eran más elevadas y cobraban menor trascendencia, sin salir en los diarios como hoy. Constituye una explicación muy relativa. 
El hecho extremo de matar a cuchillazos o de cualquier otra forma imaginable la persona que en algún momento se amó persiste en el mundo actual con una frecuencia que abre muchos interrogantes. No los sabemos contestar, seguramente porque preferimos atribuirlo a un arrebato de locura dentro del mundo impenetrable de la intimidad de las parejas o de la conducta psíquica desviada de algunas personas. Tal vez la manera de intentar que disminuya la tremenda estadística sea precisamente empezar a penetrar en el mundo de la intimidad de les parejas, uno de los terrenos menos racionalizados colectivamente y por tanto menos regulados. 
Considerarlo impenetrable ha representado hasta ahora una forma de desentenderse del fenómeno que causa tantas víctimas físicas y morales. Deberíamos empezar a hablar de la violencia sentimental, no solo de la violencia física tipificada por el código penal. En la intimidad de les relaciones afectivas se cometen agresiones impunes que no son solamente las físicas. La violencia de género limitada al aspecto físico merece todo el peso de la ley. En cambio, la violencia sentimental aun es vista como una fatalidad inevitable: “Cosas de las parejas, ya se sabe”… 
Los destrozos sentimentales que no llegan a las manos también deberían observar un código de mínimo daño posible, un respeto de la vía pacífica. Los autores de violencias sentimentales no acostumbran a topar con ninguna reprobación. Frente a este otro tipo de agresiones se recurre demasiado a menudo al argumento ruin y cobarde de: “No te metas, algo habrá hecho”. 
La sociedad civilizada ha regulado muchas cosas sobre las que habría sido impensable legislar un siglo atrás, dejadas al libre curso de la ley del más fuerte en áreas consideradas privadas hasta entonces, por ejemplo las relaciones laborales o las familiares entre padres e hijos menores. Por el contrario, se sigue mostrando muy tímida frente a las violencias sentimentales o morales ejercidas en la esfera privada de la pareja. 
El divorcio es un derecho, naturalmente, más beneficioso que las convivencias forzadas de antes. También es un derecho no ser agredido sentimentalmente y así debería ser defendido por la consideración general. El código de la agresión sentimental tendría que ser igual de evidente que el físico, pero se desvanece ante el coto impune de la intimidad, ese no mans land social en que todos vivimos. Repensarlo tal vez ayudaría a que disminuyeran de una vez las estadísticas de la violencia de género.
Público, 20-7-2011

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