Descomprimirse en los parques

Sol invernal en los Jardines del Luxemburgo

En París siempre se está entrechocando con la persona de al lado: en el metro, en los bulevares, en los cafés. La proporción de volumen de aire por cada individuo es claramente insuficiente. 

En una ciudad tan grande –y tan poblada— la tacañería del metro cuadrado alcanza el súmmum en muchos espacios comunes. Con la diferencia que aquí disponen de abundancia de jardines, parques, espacios verdes urbanos de compensación, donde los usuarios recuperan por un rato la capacidad de pasear tranquilamente, descomprimirse, ofrecer la cara a un rayo de sol o la mirada a una mancha de verde. 

En los vagones del metro la gente pone cara de castigada. Las mismas personas situadas en un

parque ofrecen un aspecto mucho más aliviado del peso de las cosas, de la vida, del mundo. 

Los parques son un termómetro del grado de cultura urbana consolidada frente a la ley de la jungla. La botánica urbana adquiere un valor multiplicado, representa una inusual victoria sobre la tacañería del metro cuadrado, encarna otro concepto del utilitarismo. 

Siempre que me encuentro en París me dejo caer en algún momento del día en el Jardín del Luxemburgo, me venga de paso o no, como un acto de respeto y de higiene mental, una disciplina, una gimnástica del espíritu. No he tenido nunca en propiedad o en usufructo un jardín ni un trozo de tierra, tal vez por eso los valoro tanto.

La Dirección de Parques y Jardines del ayuntamiento parisino mantiene 430 recintos: bosques, parques, avenidas, plazas ajardinadas y también cementerios (el cementerio del Père Lachaise es, con sus 44 hectáreas y 5.000 árboles, el más extenso de todos, por delante de las 28 hectáreas de les Tullerías, las 25 del Buttes-Chaumont o las 23 del Luxemburgo). Una capital que ha sabido mantener en pleno centro –y reproducir— tantos parques públicos da una lección de inteligencia. Una vez traspasada la verja de salida del parque, todos volvemos a la vorágine compartida tan de cerca.