23 ene 2012

Siguen privatizando la televisión

Ver nacer la televisión en los domicilios particulares fue uno de los fenómenos más fascinantes y adictivos de mi infancia. Sin embargo, ya entonces pareció sospechoso el vivo interés del ministro de Información del gobierno de Franco, don Manuel Fraga Iribarne, por repartir televisores subvencionados a todos los centros de reunión social posibles de los pueblos y ciudades del país. Pronto dejó de ser necesario subvencionarlos de aquella manera. 
Actualmente, la operación para debilitar la televisión pública y fomentar la privada no forma parte del plan de recortes del PP, sino del gobierno
anterior de Rodríguez Zapatero, igual como el imperio de Berlusconi pudo formarse gracias la protección del gobierno socialista italiano de Bettino Craxi. 
El último consejo de ministros del gobierno Zapatero aprobó la fusión por absorción de Antena 3 (Grupo Planeta) con Telecinco (Mediaset, propiedad de Berlusconi), de modo que estas cadenas privadas controlarán el 51’9 de la audiencia y el 85’4% del mercado publicitario televisivo. Anteriormente la berlusconiana Mediaset también intentó implantarse como accionista mayoritaria de La Cinq (Francia) i Telefünf (Alemania), pero no le salió tan bien como en España. 
El bipartidismo televisivo privado aprobado por el gobierno Zapatero coincide con el anuncio de un recorte de 200 millones de euros en el presupuesto público 2012 de RTVE, tras un expediente de regulación de empleo durante el primer gobierno Zapatero que supuso el despido de 4.000 trabajadores (40 % de la plantilla), en una empresa líder con un share de 14’5 % por parte de TVE 1, dentro de la atomización de las audiencias iniciada con la TDT. Se trata de otra privatización de un sector productivo que se halla a pleno rendimiento y en aumento. 
En España se mira cada día más la televisión y en Cataluña la tendencia se agudiza, pese a que no suba la audiencia en términos absolutos (las misma cantidad de personas miran más horas la televisión). Los registros de los audímetros cerraron el año 2011 con una media en aumento de 239 minutos (4 horas) diarios por teleespectador, la cifra más alta de toda la historia de la televisión. En Cataluña se alcanzaron los 245 minutos, sin contar el consumo por Internet. 
En la televisión de hoy --de rebote también en la radio y la prensa escrita-- todo se presenta fragmentado y desmenuzado, de modo a embuchar la publicidad en los intersticios de la información. La publicidad se ha convertido en el espacio central encubierto. Dentro de las cuadrículas subsistentes de las páginas o las emisiones una vez colocada la publicidad, nos resulta imposible a los periodistas mostrar la secuencia, la complejidad de las cosas que ocurren a fin de resumirlas de forma comprensible. La razón de ser de las cosas que suceden ya no interesa, solamente cabe su flash simplificado, aislado de las causas y las consecuencias. Si es preciso explicar mucho un contenido, queda descartado de entrada por los responsables de la publicación o la emisión. 
La información se puede desmenuzar para comercializarla, el saber no tanto. Informarse es recibir datos. Saber es entenderlos cada uno con sus medios mentales, incorporarlos como conocimiento personal. 
Hoy el objetivo no es que la gente entienda, solo que consuma con rapidez. Ha quedado enquistada la fiebre de la instantaneidad en la difusión de la noticia, como si saberla pocos minutos después de producirse fuese un valor principal. Se ha convertido en un consumismo de usar y tirar simples titulares, en vez de asimilar lo que cada información pueda tener de importante para cada uno en términos individuales o colectivos. Las nociones de reflexión y de análisis se han visto recubiertas por la atribución abusiva de un barniz de aburrimiento. La lentitud se ha visto ridiculizada. 
La información se ha transformado en mercancía destinada al beneficio de determinadas empresas o de sus colaboradores necesarios dentro de las instituciones que mantienen la responsabilidad de regulación legal. La cultura de masas en manos de esas empresas fomenta de facto el retroceso hacia el saber limitado a minorías capaces de resistir la anestesia o el bombardeo de información, gracias a recursos de discernimiento por encima de la media. Estas minorías han sido caricaturizadas como intelectualoides y abtrusas. 
La televisión no es intrínsecamente perversa, es fácilmente perversa. El matiz no resulta menor. La distancia entre una cosa y otra es la que establece el grado de civilización de cada sociedad, el equilibrio de cada momento entre la presión de los negocios y el interés colectivo que deberían defender los representantes elegidos para ello. 
Aquella novedad que vi nacer en los domicilios particulares de mi infancia se ha convertido en el punto focal más absorbente de esos domicilios, sin dejar de ejercer la misma fascinación, la misma adicción. Y ha generado en poco tiempo negocios fabulosos, déficits públicos similares y una idiotización muy interesada.

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