23 sept 2017

Por la unidad nacional, Francia no quiere saber nada de la letra “ñ”

Un tribunal de la ciudad bretona de Quimper ha notificado a los padres que acaban de registrar a su hijo con el nombre de pila bretón de Fañch que no pueden hacerlo porque “significaría romper la voluntad de nuestro Estado de Derecho de mantener la unidad del país y la igualdad sin distinción de origen”, tal como informaba ayer el corresponsal del diario La Vanguardia en París, Rafael Poch. El alfabeto francès no incluye la letra “ñ”, a diferencia del bretón, el castellano, el euskera, el gallego y otras lenguas, como bien saben todos los Ibanez, Munoz o Nunez nacidos en Francia o nacionalizados. El presidente de la región francesa de
Bretaña ha replicado en un tuit que el nombre del niño registrado en bretón “no pone en peligro la unidad del país. Al contrario, aceptarlo es reconocer nuestra diversidad y reconocernos colectivamente”.
En Francia el integrismo centralizador habrá sido sucesivamente monárquico, revolucionario, bonapartista y republicano, ofuscado por crear una nación uniforme y no solo unitaria. El jacobinismo, el centralismo político, cultural, social y lingüístico es hoy un fenómeno típicamente francés, también. 
Durante la Revolución de 1789 los miembros del Club de Amigos de la Constitución fueron llamados jacobinos porque se reunían en la biblioteca del convento dominico de los Jacobinos de la Rue Saint-Honoré. Se convirtieron en partido dominante, encabezados por Danton y Robespierre, tras eliminar al primer ideólogo Rousseau. El período del Terror, gobernado por los jacobinos, tomó como pretexto la necesidad de enfrentarse al enemigo exterior, pero fue utilizado para eliminar la oposición interior y el pluralismo republicano, empezando por los girondinos. 
Los jacobinos abrazaron el centralismo como razón de Estado contra los particularismos, los caciques regionales y las libertades locales. El centralismo pasó a convertirse en dogma también del nuevo régimen revolucionario, como lo había sido de los regímenes borbónicos anteriores. La República fue ferozmente uniformista. 
También es cierto que la política centralizadora de la Revolución implicó sustanciales factores de progreso frente al feudalismo, las fuerzas reaccionarias, el atraso rural y el caciquismo. Era un centralismo modernizador, lo que no todos los centralismos pueden decir. 
El Estado francés ahogó las identidades regionales a través de una administración pública más igualitaria y eficaz, a través de la extensión de la escuela "laica, obligatoria y gratuita" --y uniformizadora. La guillotina lingüística de un solo idioma de prestigio menospreció al multilingüismo real, sin ningún interés por patrimonializarlo como riqueza común.
Mantener hasta hoy el mismo rumbo ha conducido al Estado francés a ofrecer espectáculos ridículos, como este último. El uniformismo, el unitarismo, el centralismo no es tan solo un concepto geográfico o político. También es mental, de mentalidad: la idea de las patrias puras y los pueblos homogéneos frente a las sociedades plurales y los Estados plurinacionales vistos como valor añadido.

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