8 oct 2012

Melina inmortal, en el metro de Atenas

La fotografía mural de Melina Mercouri colocada en ambos andenes de la estación Acrópolis del metro ateniense se ha convertido en el mejor monumento que el país le debía, un monumento mucho más noble que el esmirriado busto inaugurado en unos jardincillos de los alrededores. Cuando los socialistas de Papandreu llegaron al poder en 1981, la decisión de convertir a la actriz y activista Melina Mercouri en ministra de Cultura resultó un acierto. Ejerció el cargo durante casi nueve años, hasta el momento de su muerte. La inexperiencia la llevó a creer que en política podía seguir siendo ella misma, utilizar el mismo
método de invertir el prestigio personal, la pasión, la generosidad y los contactos internacionales a su gestión. ¡Pobre Melina! Le fallaron los tres grandes retos que se planteó de forma candorosa y temeraria: conseguir que los Juegos Olímpicos de 1996 se celebrasen en Atenas, que regresaran los mármoles del Partenón retenidos peor el Museo Británico y que la eligieran alcaldesa de la capital como a su abuelo. Pero no fracasó en absoluto, muy al contrario. La candidatura frustrada a la organización de los Juegos de 1996 --los del centenario de la reinstauración moderna en Atenas—hizo que se organizasen finalmente en Atenas en 2004. Con los mármoles griegos del Museo Británico escogió un enemigo difícil, pero la campaña logró poner el litigio sobre la mesa y suscitó adhesiones en todo el mundo, incluida una parte de la opinión pública británica. Los “Elgin marbles” pasaron a ser llamados los “mármoles de Melina”. Todavía no han regresado, pero los tres mandatos ministeriales de Melina fueron decisivos para construirles el moderno Museo de la Acrópolis, un edificio al que se pueden aplicar las palabras que ella pronunció en el Festival de Cine de Venecia en 1985 para que los gobiernos europeos fomentasen les películas producidas en sus países, frente al rodillo de las majors norteamericanas: “Europa tiene mucho talento y debe defenderlo, es preciso luchar por la idea de una Europa unida como luchamos en la resistencia. Me gustaría que alguien se planteara un film hablado en todos los idiomas de Europa. Los griegos debemos mirar al futuro. Yo amo mucho a la Acrópolis, la adoro y sé que es algo que hicimos entre todos los griegos, pero ahora debemos levantar nuevas acrópolis”.
El moderno museo es una de esas “nuevas acrópolis” que pedía Melina y que ella empezó a gestar desde el ministerio de Cultura. En 1990 encabezó la lista electoral del PASOK de Papandreu al ayuntamiento de Atenas, cuatro años después de que los socialistas perdieran las alcaldías de Atenas, Salónica y El Pireo, las tres ciudades más pobladas del país. No logró recuperarla, aunque por poco margen: 46 % de los votos frente al 50 % del candidato conservador Antonis Tritsis, con una elevada abstención del 37 %. Era la última batalla de una mujer que para muchos griegos significa el triunfo de la energía, la libertad y la belleza. Otra parte de los griegos la deben encontrar fea, exagerada e izquierdosa. Sobre los éxitos o los fracasos de su gestión ministerial, ella misma dejó bien dicho: “Nunca me avergoncé de pedir cosas para Grecia. Nunca me avergoncé de pedir caridad, suplicar, insistir, aunque en alguna ocasión me humillasen. Nunca dije mentiras ni me burlé de nadie. Luché duramente y dejé en ello trocitos de mi alma, de mi corazón y de mi cuerpo. Quizás por la política sacrifiqué algunos papeles pero, a cambio, aporté algo a la sociedad”. 
Las dos fotos murales en los andenes de la céntrica estación del metro ateniense responden a una deuda de gratitud, que son las que enriquecen más.

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