Al alcanzar las tropas del general Franco la frontera francesa el viernes 10 de febrero de 1939, en la casilla aduanera situada entre Portbou y Cerbère se produjo un hecho excepcional. Se produjo un libro. Quiero decir un libro escrito en caliente sobre aquellas horas precisas por un actor directo. Se titula ¡Hay Pirineos!. Su autor fue el escritor falangista Ernesto Giménez Caballero, incrustado en la IV Compañía de Navarra del general Camilo Alonso Vega. Apareció el mismo año 1939, con fotografías de los hechos, en la Editora Nacional de Madrid. Sigue siendo de gran interés testimonial, desde un punto de vista determinado. "Nosotros hemos tenido la gloria –escribía en él Giménez Caballero-- de ver alzarse de nuevo en nuestro mapa, como un movimiento sísmico de la Historia: los Pirineos. La cordillera de montes y de espíritu puesta por Dios y derribada por los traidores al genio de España, que separaba desde siglos la absoluta
integridad española de toda avidez imperial vecina."!Oh españoles, hermanos míos! Desde el 10 de febrero de 1939 en la primera hora postmeridiana, España, tras dos centurias de agonías, de bofetadas, de renunciaciones, de ofensas y de lágrimas en silencio, acababa de contestar a los descendientes del Conde de Harcourt: 'Señores: ¡Hay Pirineos!'".
El libro contiene pasajes antológicos, como el relato de la primera misa de campaña montada en las narices de los atónitos gendarmes ("Se advertía en aquellos especímenes del Ejército francés todo el pecado original de Francia"), pero este no es el fragmento de mayor genio literario. Llega al final, a raíz del encuentro con las francesas. Cuatro chicas subieron de Cerbère hasta el puesto fronterizo, junto al que operaba como sumario bar un chiringuito llamado Chez Mariana. Algunos soldados de la unidad de Giménez Caballero invitaron a tres de ellas a tomar algo en el interior del local y le dejaron la cuarta.
-- Monsieur... --me dijo al verme solo. Me acerqué. Era una señora y una buena señora. Rubia, apretada de carnes, pintada al duco, con un gabán marrón muy ceñido y la falda muy corta. La cara era algo vulgar, como son muchas de las caras femeninas francesas cuando se les examina el pergamino de cerca, con técnica de palimpsesto. Me hizo una sonrisa emocionante.
-- Monsieur... No sé español à peine.
-- Parlez donc en français, s'il vous plaît, Madame. Je vous comprends.
Comenzó diciendo que sentía una enorme curiosidad por ver el pueblo de Port-Bou.
-- Ça c'est Port-Bou? --me preguntó con el dedo, avanzando unos pasos.
--Oui, le dije. Y jugando con el sonido de las palabras, le respondí:
-- Ça c'est 'pour vous' (Port-Bú) et ça (Cerbère) pour nous.
Se echó a reír con una magnífica dentadura de jaca aun joven [...]
-- Pues yo soy la mujer de un oficial del Ejército, aquí en el Pirineo...
Y al decirme esto se me acercó mucho, rozándome. Me miraba a los ojos sin pestañear. Me sonreía. Me llenaba de un perfume que sería de d'Orsay o de Coty, pero que me daba escalofríos.
-- Y qué, dije yo secamente.
-- Yo quisiera de usted unas medias de seda... Las hay muy buenas en Cataluña... Si me las trae mañana, le espero en el túnel, para que me las dé...
Y me cogió la mano en despedida, apretándola largamente. Ya se marchaba. Mis compañeros habían desaparecido Chez Mariana. Pegué un grito: ¡Madame! La dama del oficial volvió la cabeza alarmada.
-- Qu'est'ce qu'il y a?
-- Señora, las medias que se las compre su marido. Y que él la espere en el túnel, si cabe... [...] No se asombre, señora. No olvide que en España esta guerra, si ha valido para algo, es para que los maridos compremos las medias sólo a nuestras mujeres...
Entré Chez Mariana [...] Tenían mis amigos sentadas en sus rodillas a las tres chicas. Al entrar yo, se levantaron ellas.
-- Señoritas, márchense. Hagan el favor.
Mis amigos se ofuscaron. Se opusieron violentamente. Me decían si estaba loco.
-- No --les contesté-. Los locos sois vosotros.
-- ¡Pues, qué hacemos! Lo que los castizos, lo que hacen los hombres...
-- ¡No! Estáis haciendo lo mismo que hizo la generación pasada y la otra y la otra de España... La mujer en casa y la amiguita de París. La religión en casa y para la calle la cultura francesa, la política inglesa, laica... ¡Bobos! ¡Viejos! Mucho gritar y combatir y sufrir y conquistar palmo a palmo esta frontera y ya habéis caído en las eternas redes de la dulce Francia --Chez Mariana--, de la seductora Francia, siempre invencible... ¡Paletos! ¡Memos!
Yo me había puesto frenético
-- ¡Así venció Francia a nuestro imperio antiguo! Una mujer francesa se introdujo en el lecho de Felipe III y desde entonces hasta el mismísimo Azaña, corrompido en París, no ha sabido hacer con los Pirineos, con Francia, más que eso que aquí pone: irse con ella a reposar. ¡Fuera de aquí! [...] Atardecía. Perdimos de vista Chez Mariana.
-- Muchachos --les dije cordialmente al despedirme. Perdonadme. pero esta guerra o significa una Revolución total contra todo lo de ese otro lado, o hemos perdido el tiempo y la sangre una vez más, como los peleles del destino... ¡No lo olvidéis! Desde hoy ¡hay Pirineos!".
El ardor de Giménez Caballero se vio recompensado con un empleo en la embajada española en Paraguay. Poco después encabezó la operación frustrada de casar a Pilar Primo de Rivera con Adolf Hitler. Sobrevivió a Franco y en 1977 todavía fue entrevistado en el programa “A fondo” de TVE por el periodista Joaquín Soler Serrano. Con el paso de los años, su enardecido ¡Hay Pirineos! ha ganado en suculencia y en truculencia.
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