La sensación de felicidad al girar la última página de un libro no se produce muy a menudo, más bien predomina la mueca ambivalente, el escepticismo condescendiente. Hoy, al pasar la última hoja del libro de narraciones La nit als armaris, de Raquel Picolo, publicado por Voliana Edicions, de Argentona, he experimentado de nuevo esa perseguida sensación, clara y exaltada, de felicidad lectora. No soy consumidor frecuente de best-sellers ni de libros que figuren en la lista de más vendidos. Las numerosas reseñas, críticas y entrevistas que merecen en los suplementos literarios acostumbran a bastarme y generalmente los doy por leídos. En cambio soy un seguidor atento de los digamos worse-sellers, los menos vendidos, los que pasan desapercibidos porque las pequeñas editoriales que los publican difícilmente accederán a los canales mayoritarios, como este La nit als armaris. Los best-sellers forman parte de la industria del papel, los worse-sellers todavía contienen --a veces-- una
tierna y genuina palpitación literaria, una necesidad imperiosa y libre de expresión creativa. La proporción de hallazgos y de medianías es la misma, pero la satisfacción del lector curioso se ve mucho más acentuada en el segundo caso. Los ávidos lectores, los ávidos de cualquier cosa, lo somos porque sabemos que el hallazgo se esconde siempre bajo la montaña de medianías que es preciso escalar para alcanzar, con un poco de suerte, el tesoro, el raro tesoro del instante de placer acentuado que procura una obra lograda, un destello afortunado de creatividad. Es exactamente lo que me ha ocurrido con este libro.
El primer relato, “El meu Adrià”, puede llevar a pensar que nos encontramos ante otro retrato de costumbres de la nueva narrativa pirenaica, pero comienza a insinuar sorpresas por el aroma de autenticidad, la tensión sostenida, la fluidez descriptiva y la exuberancia léxica. Las siguientes narraciones cambian mucho de escenario. El peso de la figura del padre, la violación, el diván del psiquiatra o los celos son temas que ya han dado mucho de sí en literatura, razón de más para paladear el tratamiento que Raquel Picolo ha sido capaz de darles. El desenlace de la narración “Negre, negret” vale por sí solo sacarse el sombrero, así como la atmosfera de la santa del desierto en “El pou impossible”, el rumbo girado en “Racons obscurs” o la descripción de la senectud en la indescifrable y maravillosa “Laberint blanc”.
Escribe Raquel Picolo en la primera de las narraciones: “Buscar las raíces es buscar la noche por los armarios. Las raíces no se buscan, las llevamos en la médula, clavadas en cada célula, clavadas en los genes. Quien no lo sepa anda perdido […] Casa Barrina volvía a tener heredera: una joven que era ingeniera y poeta, y que no se obsesionaba con los fantasmas. Una joven que no buscaba nada y encontró la noche en los armarios”.
A mi me ha parecido encontrar en este libro las raíces de la literatura.
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