Se ha convertido de uso corriente en el lenguaje coloquial el calificativo de “hijoputa”, pero en Argentina y entre mis amigos argentinos residentes aquí escucho a menudo la variante aumentativa austral de “¡Hijo de mil putas!”, que asciende un grado sustancial y más dibujado. La mayoría de las veces la he oído aplicada a los responsables de la dictadura militar, que desde ayer vuelven a sentarse en banquillo en Buenos Aires. Ya fueron condenados por los tribunales en 1985, durante el mandato del presidente Raúl Alfonsín, por masivas violaciones a los derechos humanos. Se vieron indultados en 1990 por el presidente
Carlos Menem. Los indultos comenzaron a ser declarados inconstitucionales a partir de 2006, durante la presidencia de Néstor Kirchner. Ahora vuelven a comparecer ante la justicia por una causa que no fue juzgada anteriormente, el Plan Cóndor de colaboración entre varias dictaduras latinoamericanas para hacer desaparecer a opositores.
Carlos Menem. Los indultos comenzaron a ser declarados inconstitucionales a partir de 2006, durante la presidencia de Néstor Kirchner. Ahora vuelven a comparecer ante la justicia por una causa que no fue juzgada anteriormente, el Plan Cóndor de colaboración entre varias dictaduras latinoamericanas para hacer desaparecer a opositores.
Las dictaduras militares simultáneas en Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Bolivia, Perú y Paraguay, asesoradas de cerca por Estados Unidos, se distinguieron por la barbarie sangrienta de sus métodos, como ya ocurrió pocas décadas antes en el continente más civilizado del mundo a raíz de dos guerras mundiales consecutivas que costaron más de cien millones de muertos en un corto espacio de treinta años.
Ninguna de las dictaduras militares latinoamericanas solucionó los problemas contra los que se habían alzado antidemocráticamente. Hoy se encuentran felizmente superadas y juzgadas. Dejaron como rastro imborrable la necesidad de velar contra la presencia permanente del mal que anida en algunas almitas y la dificultad en restablecer algunos valores morales como la honestidad pública y privada, aparentemente tan ingenuos y a la vez indispensables. Esos valores pueden ser aun más lentos de recuperar que la economía y la democracia electoral. Desahogarse contra los “¡Hijos de mil putas!” es fácil y comprensible, reconstruir encima de sus destrozos está resultando muy laborioso.
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