Uno de los días culminantes de la delicia minoritaria de la playa en invierno es la llegada por mar de los Reyes Magos al anochecer del 5 de enero a la playa de Llafranc. Se trató en su origen de una iniciativa espontánea de las pocas familias con niños que vivían allí en invierno y ahora ya cumple más de 45 años de persistencia, consolidada como uno de los pequeños espectáculos más fabulosos del país. Posee el espíritu y la medida que hubiese convenido mantener en tantos otros aspectos de la Costa Brava. Ha echado raíces en una hendidura de la norma mayoritaria, como para demostrar que no se rompió del todo el molde. En el ágora llafranquina de la terraza del hotel Llevant, los propietarios Montserrat Turró y Jaume Farrarons, el pintor Rodolfo Candelaria y Brigitte Robert decidieron la víspera de Reyes de 1969 que los Magos también podían llegar en carne y hueso a la playa de Llafranc si se les invitaba, para deleite de los hijos pequeños del establecimiento y de todos los niños del lugar que se sumasen. En efecto, aquel 5 de
enero desembarcaron de un bote los tres reyes engalanados, ante una veintena de súbditos sorprendidos, hipnotizados, temerosos y maravillados.
enero desembarcaron de un bote los tres reyes engalanados, ante una veintena de súbditos sorprendidos, hipnotizados, temerosos y maravillados.
Los primeros años la cara del rey blanco se parecía vagamente a la del cocinero Antoni Estrach del hotel Llevant, el rey rubio al pintor Rodolfo Candelaria y el negro al veterano camarero Isidre Sala. El periodista Miquel Gil Bonancia redactaba el pregón que leían Sus Majestades y todo adoptaba aquella noche invernal el peso de la ilusión palpable, la de los niños y de los mayores.
La figura del rey negro aumentó todavía en magnetismo con el fichaje del cocinero marroquí del hotel Llafranc, Sadiki Ichuo M’Barek, más conocido por Charly, de cutis negro natural. Se dirigía a los niños en árabe de versión original mientras sentía en sus brazos el temblor de las criaturas aterradas y al mismo tiempo extasiadas.
La llegada casi íntima de los Reyes Magos por mar a la playa de Llafranc es la más bonita que yo haya visto nunca. Ahora llegan en barcas más grandes, congregan a más personas y los regalos son más sofisticados, pero el peso de la ilusión y el acierto de la iniciativa son los mismos.
Ya sé que en Barcelona también llegan por mar, al Moll de la Fusta, que siembran 5 millones de caramelos, que recorren 5 kilómetros hasta las fuentes de Montjuïc y que su comitiva reúne a más de 1.300 participantes entre bailarines, músicos, figurantes y voluntarios. Ya sé que llegan a cada ciudad y cada pueblo y que el brillo de los ojos de los niños es el mismo. Sin embargo para mi la llegada de los Reyes Magos a la playa invernal de Llafranc sigue siendo la más bonita que haya visto nunca.
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