La retención durante trece horas del presidente boliviano Evo Morales en el aeropuerto de Viena y la indignación que el hecho ha provocado a él y a sus colegas latinoamericanos no es un caso de piel demasiado fina por parte de un alto mandatario. Más bien constituye una vergüenza incalificable, incluso dentro de los cánones refinadamente hipócritas de la diplomacia internacional. El gobierno de Estados Unidos, herido por las revelaciones del joven informático Edward Snowden sobre su programa PRISM de vigilancia de decenas de millones de ciudadanos, principalmente europeos, presionó a todos los gobiernos europeos por donde debía
pasar el avión presidencial con Evo Morales a bordo para que negasen el permiso de vuelo en su espacio aéreo, bajo pretexto que Snowden podía encontrarse a bordo. Los gobiernos europeos se sometieron sin chistar.
pasar el avión presidencial con Evo Morales a bordo para que negasen el permiso de vuelo en su espacio aéreo, bajo pretexto que Snowden podía encontrarse a bordo. Los gobiernos europeos se sometieron sin chistar.
El avión presidencial y Evo Morales no pudieron despegar de Viena hasta aceptar que la cabina de del aparato fuese registrada en búsqueda de Snowden y apenas fue autorizado a hacer escala técnica en las Canarias para repostar carburante. “Difícil de imaginar una hora más vergonzosa para Europa”, escribe hoy sin tapujos el corresponsal de La Vanguardia en Berlín, Rafael Poch. Y el editorial del diario El País remata: “El presidente Obama corre el riego de que la persecución de Snowden acabe aumentando aun más el descrédito que ya le ha causado el grave episodio del espionaje”.
Los gobiernos de Europa y Estados Unidos son capaces de ver a un presidente democrático boliviano como un “cholo de mierda”, que es la expresión corriente que se utiliza, generalmente en privado, para designar a los autóctonos de aquellos países y tratarles en consecuencia, si pueden.
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