En Rio de Janeiro la palabra "culo" no puede ser considerada una salida de tono. Se utiliza en la acepción más alta y noble, in media res, para designar uno de los monumentos reconocidos de la ciudad. La valoración de la belleza de esa parte del cuerpo juega aquí un protagonismo y constituye una imagen de marca. De hecho juega este papel en todo el mundo, pero aquí lo reconocen culturalmente. El bunda o bundinha es la palabra de origen etimológico africano que en Brasil define este punto anatómico, también llamado coloquialmente bumbú o bumbum. Además de una institución, casi un altar de la patria, es un tema de
contemplación, de persuasión, de conversación, de trabajo, así como un arma de seducción y un instrumento de economía sumergida y ascensión social.
contemplación, de persuasión, de conversación, de trabajo, así como un arma de seducción y un instrumento de economía sumergida y ascensión social.
Brasil ha desarrollado la ciencia de la bundología. Aquí "el bunda abunda y redunda", com decía el célebre poeta Carlos Drummond de Andrade, hoy inmortalizado en una escultura a tamaño natural en el paseo marítimo carioca del Calçadao, a orillas de la playa. Lo decía en el poemario El amor natural, que no se atrevió a publicar en vida y dejó a los herederos para editarse de forma póstuma (versión castellana a la editorial Hyperión, Madrid 2004). En sus páginas alaba el sexo con naturalidad, tal como se produce en la vida, aunque esta vez en boca de un respetado poeta, un clásico de alto coturno. Siempre me ha parecido detectar en los versos de Drummond de Andrade la influencia de los clásicos en la materia, como Paul Verlaine y las “Odes en son honneur”: "Et maintenant, aux fesses! Déesses de déesses, chair de chair, beau de beau, seul beau qui nous pénètre, avec les seins, peut-être, d’emoi toujours nouveau, pulpe dive, alme peau!”.
Las nalgas cantadas por Verlaine eran probablemente de un inmaculado tono pálido. Las de aquí aportan el bronce solar, el pigmento de la piel mestiza. Su paso por la arena de la playa o el paseo del Calçadao adopta un determinado lenguaje, una semiótica del culo. No se trata de ningún vaivén dislocado de caderas ni de un paso de marcha espontáneo, sino de un balanceo estudiado a compás de metrónomo, un ritmo pautado sobre una armonía deliberada, una cadencia ondulante y melodiosa contra el aire que desplaza, una auténtica construcción poética y una fuente lasciva de poderosas aptitudes retóricas, si se mira con la emoción debida, como Drummond de Andrade.
Por estos alrededores la espontaneidad de la ingeniería genética local o la cirugía estética consolidada entre los hábitos de la población ha favorecido una hibridación humana de resultados visibles. El clima ha permitido la desenvoltura vestimentaria. La tradición ha implantado las costumbres desinhibidas. La moda del fitness se ha añadido a la sensualidad de los trópicos y al eterno impulso de seducción. Aquí a los gimnasios les llaman literalmente academias. Un insigne compositor carioca como Antônio Carlos Jobim era capaz de declarar con plena credibilidad: "Cambio cualquier sinfonía de Beethoven por una buena erección".
La contemplación de este punto focal del cuerpo humano en movimiento animado --dotado de alma--, la visión del tejido conjuntivo de dos hemisferios convexos de un cosmos bamboleante, demuestra que el fenómeno ha sido modelado sobre la base de la proporción áurea. Imanta la mirada casi táctil hacia la curva en plenitud, el vaivén más equilibrado y ostensivo, en perpetua voluntad de encarnación. Probablemente los ingredientes del mito radican más en la mirada que en el canon anatómico, no lo niego. Pero los mitos existen.
En otras culturas el culo ha sido víctima de una injusta operación de descrédito, mal visto como vulgar o grosero. Aquí lo han reivindicado como una de las partes més evocadoras y educadas. Aquí el verbo se hizo carne con mayor convicción. En esta ciudad de playas los cariocas hablan con el movimiento del cuerpo igual que los italianos con las manos, mediante un lenguaje legitimado a lo largo de generaciones como un dogma genético, un derecho de sangre.
El fenómeno ha generado su léxico. La ginga es una palabra brasileña intraducible que designa un don, una elegancia, un arte, una magia de moverse, cimbrear o bambolear. Se aplica al ágil regateo de los mejores futbolistas y al ritmo posterior de algunos cuerpos que caminan con mucha intención por el Calçadao. El verbo rebolar significa girar, pero la expresión "¡A rebolar!" es la contraseña que invita a dibujar filigranas con el culo.
La apreciación visual de la belleza en función de los referentes culturales memorizados, la capacidad de atribuir méritos estéticos a las formas representa una aptitud exclusiva de la especie humana. La noción de belleza no es una cuestión espontánea de armonía, proporción, gracia y habilidad, sino una victoria del atributo humano de escoger frente al magma tenebroso de la naturaleza. La belleza es una manifestación de cultura, es idea y materia a la vez, pero de entrada puro músculo cerebral.
El estímulo inducido por esta contemplación ondulante me ha entrado algunos días, en Copacabana, por el lóbulo temporal del cerebro, el cual ha procesado la información y la ha enviado en milésimas de segundo al córtex prefrontal, la región cerebral del tamaño de una ciruela que constituye el punto más sofisticado del animal sapiens. Ahí reside la percepción estética, la creatividad, la espiritualidad, el sentido del humor, la capacidad de distinguir el bien del mal y de tomar decisiones complejas. Igual que ante cualquier obra de arte.
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