Ayer viernes asistí con rejuvenecida satisfacción a la inauguración de temporada del flamante teatro del Archipel de Perpiñán. No se debía al acontecimiento social ni a las originalidades constructivas del arquitecto Jean Nouvel, sino a la obra programada. Alguien ha tenido la buena idea de abrir la tercera temporada del gran equipamiento escénico perpiñanés con la reposición de la obra magna de los dos principales creadores roselloneses del siglo XX en lengua catalana: la cantata sinfónico-coral O Món (O mundo), con letra del poeta Jordi Pere Cerdà y música del cantante y compositor Jordi Barre, ambos nacidos en 1920 y fallecidos en 2011, tras el estreno de este trabajo el año 1996 en otro concierto memorable celebrado al aire libre
en el recinto del Camposanto, adyacente a la catedral, dentro del festival de verano perpiñanés.
en el recinto del Camposanto, adyacente a la catedral, dentro del festival de verano perpiñanés.
Les dimensiones desacostumbradas del reto fueron dirigidas entonces y también ahora por el director de orquesta Daniel Tosi y producidas por Joan-Pere Lacombe. Lo ha resumido estos días Jaume Queralt de un modo que yo no sabría mejorar. El cronista perpiñanés y biógrafo de Jordi Barre escribe: “Uno inventó el mundo, el otro le puso música, y ambos con Daniel Tosi y Jean-Pierre Lacombe lo convierten en una magnífica cita de esta ‘primavera de invierno’. El humanismo en emoción y en razón. El humanismo en resistencia. La poesía que despierta. O món”.
El documentado cronista añade lo que declaró Jordi Pere Cerdà a propósito del resultado del estreno de la cantata: “La escritura sinfónica de Jordi Barre se ha identificado con la sinceridad de mi texto poético, se pone a su servicio a cada instante, a cada palabra, a cada silencio, incluso a cada respiració, la cual se convierte, si nos fijamos, en el ritmo y el aliento de la obra”.
Ayer escuché la reposición de gala de la cantata O Món con una emoción contenida, quiero decir contenida con dificultad. Para mi no era tan solo un concierto, sino el reconocimiento de la talla de dos autores que algunos intentaron confinar al armario del localismo por su opción concreta y cotidiana a favor de la lengua catalana. Pese al prestigio de que gozaba Jordi Pere Cerdà en los cenáculos literarios y la enorme popularidad del cantante Jordi Barre en el Rosellón francés, el grado de autoestima del país y la presión de culturas más amplias pretendía arrinconarles a un alcance menor, a cuatro versos bien resueltos y cuatro cancioncitas para halagar las nostálgicas raíces tribales del público.
Con la cantata O Món ambos demostraron la magnitud de su liderazgo, reconocido más pronto o más tarde, por mayor o menor proporción de su propio pueblo. Ayer el teatro municipal del Archipel volvió a poner el énfasis institucional en una categoría artística que siempre estuvo ahí. La ardua sentencia de la posteridad engrandece más aun desde ayer a Jordi Pere Cerdà y Jordi Barre, en su casa.
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