He celebrado el éxito de una operación artroscópica en mi rodilla derecha (¡gracias doctor Maculé!) con un retorno al camino de bosque que lleva de Sant Cugat a la ermita de Sant Medir, pasando por el Pi d’en Xandri (foto adjunta), la Torre Negra, can Borrell, la capilla circular de Sant Adjutori y, finalmente, la media vuelta del recorrido en Sant Medir. Me he entregado a una caminata festiva para sentir la fortaleza silenciosa de los árboles y el misterio del tic-tac del mi corazón, pero sobre todo para honrar el noble arte de caminar, la simplicidad del lujo de poder caminar sin más adjetivos, sencillamente caminar al ritmo de la respiración, a paso moderado de 3 km/h o al ritmo más vivo y vigoroso que
tensa el sistema cardiorespiratorio y lubrica las ideas (la irrigación sanguínea del cerebro), para rebelarme contra la perversión urbana del sedentarismo y soltar una descarga de endorfinas, que al bosque no le causan ningún daño. Hablo de caminar, no de correr: “Correr sin mesura, lesión segura”.
He encontrado al bosque pacífico, verde y mojado como una lechuga, desprovisto de las zarandajas y la hostilidad del mundo, acogedor y dispuesto como siempre. La mañana era ventosa, lo que la hacía más estimulante y diáfana todavía. El camino de tierra ha sido acondicionado para las caminatas de los sancugatenses, quienes a veces me han saludado con un amable “Bon dia!” cuando me he cruzado con ellos.
Subsisten algunos campos labrados, cultivos de cereales que en época de crecimiento cimbran al viento como una melena de musa botticelliana o la crin de las yeguas, tan bien cuidadas en las hípicas del municipio. En un alto del camino, he tenido un sentimiento piadoso para los amigos acomodados que marchan estos días a tomar vacaciones en los parajes más alejados posibles, como si la distancia aumentase el placer del desplazamiento, que yo encuentro con todos los ingredientes en este camino municipal.
La versión superior del mismo paseo consiste en caminar y conversar al mismo tiempo, como hacemos de vez en cuando con el amigo Albert Garcia Pujol, cuando sus numerosísimas ocupaciones de prejubilado se lo permiten. Entonces el abrazo cálido del escenario se duplica con nuestra destilación aristotélica a dos voces, que desciende directamente de la acreditada escuela peripatética griega. De este modo hemos arreglado incontables veces el mundo, quien vuelve a desmontarse apenas abandonamos el límite del bosque y pisamos de nuevo el asfalto.
Se han publicado libros de todas clases sobre el noble arte de caminar. Desde el clásico del norteamericano Henry-David Thoreau, titulado con plena elocuencia Caminar, hasta el más reciente Caminar per ser feliç, de Lluís Garrofé i Josep R. Ribé. Casi todo es susceptible de ser escrito, como sucedáneo evocativo de ser caminado y vivido.
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