Soy un descasado reincidente, sin embargo me alegro que los últimos datos del Institut d’Estadística de Catalunya revelen que las bodas aumentaron un 3,1% el año 2012, rompiendo con la tendencia a la baja de los tres años anteriores. De las 26.630 bodas censadas aquel año en Cataluña, el 78,9 % fueron civiles y el 19,4 % por el rito católico, aunque eso me parece menos relevante que la opción principal de casarse. Naturalmente, el Institut d’Estadística se complace en elaborar estadísticas y también informa que el 71,5 % de los enlaces fueron entre personas que accedían al matrimonio oficial por primera vez y el 28,5 % en
segundas o posteriores nupcias. Añade que el 3,4 % de las bodas fueron entre contrayentes del mismo sexo (de las cuales 56,8 % entre dos hombres y 43,2 % entre dos mujeres), desde que se legalizó el matrimonio homosexual en 2005.
segundas o posteriores nupcias. Añade que el 3,4 % de las bodas fueron entre contrayentes del mismo sexo (de las cuales 56,8 % entre dos hombres y 43,2 % entre dos mujeres), desde que se legalizó el matrimonio homosexual en 2005.
Por encima de las características de cada caso, la cuestión es que las bodas han aumentado por primera vez. El pactismo entre personas forma parte de la tradición más valiosa frente al magma y la inestabilidad, que también son tendencias tradicionales, milenarias. La forma de aparejarse ha evolucionado desde el hombre de las cavernas, se ha civilizado como los demás aspectos de la vida en común, pero a pesar de todo nos encontramos ahora con que la evolución de las formas de trato no ha solucionado en absoluto el problema de fondo, no ha mejorado en la misma proporción el problema de la convivencia mutuamente enriquecedora y estable entre dos personas.
La falta de entendimiento en las parejas se ha convertido, de manera reconocida, en uno de los problemas privados más agudos de la sociedad moderna, un proceso clave de convivencia que no ha mejorado. Algunos perciben en ello el reflejo justo del grado de independencia alcanzado por las mujeres, aunque eso no cambia la agudeza del problema. Dentro de la cultura de usar y tirar, el amor y la convivencia de pareja se han convertido para algunos en otro objeto de consumo compulsivo, de movimiento perpetuo y obsolescencia veloz, como una codicia de beneficios rápidos, sin reparar en los abusos, daños y sufrimientos que puedan causar.
Las relaciones humanas son cada vez más inestables, más débiles. Vivimos una precarización también sentimental. Por eso la noticia del aumento de las bodas me ha llamado la atención, incluso me ha alegrado.
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