Durante una pila de años compré cada sábado Le Monde para leer la crónica gastronómica semanal de Robert Courtine, más conocido por el pseudónimo de La Reynière. Aquella sección mantenía la mejor tradición de artículos basados en la documentación histórica, el comentario personal, la receta correspondiente y las direcciones de los restaurantes escogidos en función del plato que comentaba. Era un gran estilo clásico, que aquí practicó en Destino el recordado Pickwick, es decir Néstor Luján. Hoy les secciones gastronómicas en diarios y revistas son más funcionales, raramente escritas con la inspiración de aquellas. La Reynière era una institución en las páginas de otra institución. Comenzó a escribir los comentarios gastronómicos de Le Monde en 1952. En 1991 apareció una última recopilación de sus crónicas en el libro Autour d'un plat. Uno de los capítulos estaba dedicado a l'oeuf à la coque, el huevo pasado por agua. Los gastrónomos petulantes podían sentirse sorprendidos de que tan elemental receta fuese objeto de atención, pero eso era problema suyo. El capítulo del huevo pasado por agua proporcionaba algunas de las páginas más apasionadas, orientaciones y variantes
sobre la manera de prepararlo, servirlo y comerlo.
sobre la manera de prepararlo, servirlo y comerlo.
Después de la pasión lectora del Le Monde de los sábados por la crónica gastronómica de La Reynière, contraje otra igualmente aguda a favor de la crítica literaria que publicaba cada semana Angelo Rinaldi en el semanario L'Express. Mantuve la suscripción a la revista solo por leer a Rinaldi, cargado de ácido y de talento. En algún período me cansaba y no la renovaba, hasta que, arrepentido de haberme cansado, reencontraba al crítico literario de cabecera con el estimulante mordiente de siempre.
En una ocasión Rinaldi desmontó sin miramientos y con gran panache el libro recién publicado por Jean Baudrillard, miembro de la última leva de mandarines parisinos, aunque la casta ya declinaba a marchas forzadas. Jean Baudrillard presentaba su libro Cool Memories como "opúsculo sobre el resto de la vida" y pretendía: "El fantasma cultivado por estas notas es que sean leídas después, en otro lugar, en mi ausencia".
Ofrecía mucho flanco para que el crítico Rinaldi se abalanzase sobre el decorado trascendental colocado por Baudrillard a sus cavilaciones: "La edad de oro de nuestros preciosos se sitúa entre 1965 y 1975, un período en que se propagaron los destrozos de un mal bien francés que Max Jacob bautizó como hamletización y que se caracteriza por la voluntad de hacer profundo. Desde entonces han muerto Barthes, Lacan, Foucault. Y hoy el señor Baudrillard no se encuentra muy bien. Medita al anochecer sobre las finalidades últimas de la civilización paseando su linterna de bolsillo. Se halla de vuelta de todo, de las teorías, los sistemas, los conceptos. Solo le queda una fidelidad sentimental hacia América, donde este analista de nuestras sociedades tecnificadas ha conocido en los drugstores el éxtasis de las madonas de Bernini y los vértigos de Banana Split".
Angelo Rinaldi enumeraba los temas heteróclitos que inspiraban las reflexiones del dietario de Baudrillard: el ramo de flores depositado por una mano anónima al pie del monumento a Giordano Bruno en la plaza romana de Campo dei Fiori, el éxito inexorable de la serie televisiva Dallas, los tejemanejes de la seducción femenina, la vida, el amor, la democracia, los socialismos, los modelos de coches italianos... Y lo definía como migajas filosóficas que el pensador expande "con el gesto augusto del sembrador y que tal vez complacerán a los ratoncitos de Nanterre".
La alusión a la legendaria facultad universitaria parisina de las destilaciones ideológicas más recientes encabezaba la reseña de Rinaldi, titulada "Le spleen de Nanterre". El crítico remataba a propósito del magisterio de Baudrillard: "Algunos se darán cuenta de que cede al error común de creer que la juventud del mundo se acaba con la nuestra". Encontré que la frase era un buen resumen de la situación, inclusive de la mía.
Tras mi período de adicción a la crítica literaria semanal de Rinaldi en L’Express, caí en la de comprar cada semana la revista italiana L'Espresso solamente por leer el brillante dietario que mantenía el octogenario periodista Enzo Biagi, cargado de otro mordiente más sereno y humilde, pero igualmente palpitante de genio. Ahora corro cada sábado a comprar Le Nouvel Observateur por la columna que del crítico literario Jérôme Garcin. No posee las aristas de las otras citadas, pero se aproxima un poco, dentro de lo disponible actualmente.
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