El PSC lleva tiempo deligándose de su antigua masa de votantes y perdiendo todas las batallas con una obstinación granítica, pilotada por aquellos que quieren mantener el puesto y la línea hasta el último día, aunque sea a costa de dejar tras ellos tierra quemada. En este contexto, la nueva manifestación de ridículo del aparato del PSC con el relevo del primer secretario es problema suyo. Nadie discutirá la profesionalidad de Miquel Iceta para seguir dirigiendo igual que en los últimos años la inmolación comprobada de
un antiguo partido de izquierdas de grandes dimensiones. Pero en este caso la profesionalidad es el inconveniente.
un antiguo partido de izquierdas de grandes dimensiones. Pero en este caso la profesionalidad es el inconveniente.
La renuncia simultánea de Núria Parlon y Susana Díaz a dirigir el PSC y el PSOE revelan el margen de maniobra de “reconstrucción” que el aparato estaba dispuesto a consentir. Ahora el auténtico problema ya no es la regeneración del PSC y del PSOE, impedida desde dentro, sino la del espacio electoral e institucional de la izquierda que antes ocupaba. Todos los adversarios se frotan las manos, esperando recoger algún trozo de la fuga masiva de votos socialistas. También se frotan las manos los partidos catalanes que menospreciaban al PSC no por sus dirigentes, sino por el espacio social mestizo y bien real que representaban.
El PSOE sabe que nunca volverá a ganar en España sin el granero de votos de Cataluña, la segunda comunidad autónoma más poblada. Ante eso no parece inclinarse hacia el bipartidismo (en coalición o en alternancia) de los viejos tiempos. Los grandes partidos políticos de la transición democrática han dado una lección diáfana de complicidad con los recortes más injustos y de inadaptación a los cambios sociales vividos. Ahora la responsabilidad de reconstrucción se encuentra del lado de las embrionarias fuerzas políticas alternativas, forzosamente balbuceantes de entrada, empezando por la responsabilidad primordial de saber sumar a favor de esa regeneración democrática que los grandes partidos de antaño han descartado tan ostensiblemente en la práctica, incluso en sus propias estructuras internas.
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