El muelle de las Zattere es más espacioso que los demás de Venecia y estar orientado al sol en una ciudad tan tupida y húmeda lo ha convertido en lugar preferido de paseo durante la mayor parte del año en que se aprecia la calidez. La terrazas de los bares-restaurantes han hecho proliferar las predilecciones de quienes valoramos el uso de la belleza fuera de los caminos trillados, de los monumentos subrayados en las guías. La isla de la Giudecca ofrece justo enfrente los puntos focales del Redentore y las Zitelle, dos iglesias diseñadas por Andrea Palladio, al lado de su obra maestra de San Giorgio Maggiore, que se halla en la misma línea visual. Esas dos tienen el candor de les dimensiones reducidas, el mérito añadido de la
sobriedad. El mejor punto para admirar la pequeña maravilla del Redentore es el ventanal del restaurante Da Gianni, uno de los últimos establecimientos supervivientes de la vieja escuela familiar, en cuyas mesas mantengo una antigua fidelidad. Al punto del mediodía se produce aquí diariamente un prodigio, cuando las dos iglesias vecinas del Redentore y las Zitelle entablan un majestuoso diálogo de campanas y la caja de resonancia del canal lo expande como si sembrase en el aire la melodía más armoniosa del mundo. Los repiques del bronce planean como un latido cadencioso y la vibración sonora rueda por el agua mansa del canal de forma tan convincente como la explosión de fe en la vida del Gloria de Antonio Vivaldi.
sobriedad. El mejor punto para admirar la pequeña maravilla del Redentore es el ventanal del restaurante Da Gianni, uno de los últimos establecimientos supervivientes de la vieja escuela familiar, en cuyas mesas mantengo una antigua fidelidad. Al punto del mediodía se produce aquí diariamente un prodigio, cuando las dos iglesias vecinas del Redentore y las Zitelle entablan un majestuoso diálogo de campanas y la caja de resonancia del canal lo expande como si sembrase en el aire la melodía más armoniosa del mundo. Los repiques del bronce planean como un latido cadencioso y la vibración sonora rueda por el agua mansa del canal de forma tan convincente como la explosión de fe en la vida del Gloria de Antonio Vivaldi.
También algunas noches suaves, tras cenar en Da Gianni, he escuchado en el muelle de las Zattere resonar pacíficamente mis propios pasos contra el muro y amortiguar su sonido sobre las ondulaciones del agua. Las mesas del restaurante Da Gianni son el lugar ideal para dejar de viajar e indagar, dedicarse a mirar pasar las nubes, las barcas o la gente, palparse las neuronas y comprobar qué han incorporado durante los días vividos en Venecia, repasar las imágenes de la retina y ver qué han fijado, escuchar el ritmo cardíaco y sentir si ha adoptado un compás más armonioso, dejar transcurrir el tiempo con la intención de que decante aquellas partículas que aun sobrevivirán mañana.
No hay en Venecia ningún palacio ni ningún templo, ningún canal ni ningún campo, ninguna cúpula ni ningún cielo, ninguna alcoba ni ninguna cama tan amada por mi como el restaurante Da Gianni en las Zattere. Solo o acompañado, vencido o maravillado, empatado con la vida o bien en lucha desigual, solamente una vez llegado a las Zattere y sentado en la mesa de Da Gianni logro poner los ojos en paz sobre las fachadas albas del Redentore y las Zitelle y dejar marchar al corazón apaciguado a bordo de alguna de aquellas góndolas que desfilan con la fuerza de un solo viejo remo.
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