El ruiseñor se oye más que se ve. Su diminuta anatomía de plumaje pardo-rojizo resulta poco vistosa, oculta entre las ramas y el follaje. Es tímido y discreto, salvo en el vigoroso canto que puede prolongarse toda la noche con escasas interrupciones. Los pájaros pequeños son los más cantores. En septiembre marcha a invernar a los bosques lluviosos del África tropical, para que le echemos de menos como anunciador del buen tiempo a la primavera siguiente. Forma parte de las especies en disminución. Decae la población de gorriones, vencejos, jilgueros, ruiseñores, cernícalos y grajillas, mientras aumenta las de torcaces, tórtolas turcas, estorninos, gaviotas o especies foráneas como la chillona cotorra argentina. La colonia barcelonesa de
palomas, que alcanzó los 256.000 ejemplares, se ha reducido a menos de la mitad. El ruiseñor, el rey de les aves canoras, se ha convertido en un lujo de la naturaleza.
El diario The Times anuncia por tradición la noticia de la primera noche en que se escucha el canto del nightingale y algunas localidades rurales del sur-este inglés convocan sigilosas audiciones en sus bosques. La célebre “Oda a un ruiseñor”, de John Keats, fue escrita en el jardín de su casa, que se visita en el barrio londinense de Hampstead. Igor Stravinski le dedicó una partitura magistral, bajo el título “El canto del ruiseñor”. Josep Pla --que no dejó casi ningún tema por tocar-- le consagra un capítulo elegíaco en el libro Las horas: “Se ha escrito tanto sobre su canto, y de un modo tan variado, que uno no sabe muy bien qué decir”. A partir de ahí se explaya durante páginas y páginas bien construidas.
¿Y por qué pían los pájaros? Porque son felices, afirmaba Platón. Los científicos faltos de poesía precisan que lo hacen para delimitar su territorio y atraer a la hembra. Sus paradas nupciales pueden ser pequeñas proezas sinfónico-corales y su celo primaveral convierte cualquier arboleda en un auditorio al aire libre. A veces no se trata de simples reclamos innatos ni vulgares parloteos, sino auténticos cantos musicales que determinadas especies son capaces de aprender y desarrollar. El pardillo, por ejemplo, posee una gran capacidad de aprendizaje. La música no es más que un conjunto organizado de sonidos y probablemente los pájaros empezaron a emitirla antes que los humanos.
Los hombres no sabemos descifrar la música de los pájaros, como mucho llegamos a escarnecerla. Los payeses pretendían que el pinzón dice: “La minyona de l’hostal té el cul tou, tou, tou… Tu l’hi has vist, tu li has vist?”… En una versión de mayor actualidad, el festival de música electrónica Sonar incluyó en 2011 una sección “Aviarios sonoros, música y pájaros”, reelaborando digitalmente los sonidos naturales.
La especie más abundante en Cataluña es la de pinzones (11 millones de ejemplares), seguida por los gorriones (6 millones) y los estorninos (4 millones). En la sierra de Collserola no es difícil atisbar pájaros carboneros y en la zona volcánica de la Garrotxa al arrendajo. En los ambientes rurales la reducción de espacios abiertos con pastos ganaderos y estepas cerealeras, así como el uso de pesticidas, ha incidido en la disminución de múltiples especies.
El canto de la alondra, en vías de extinción en Cataluña, es aflautado, dulce y melancólico. Quizás por eso recurren tan a menudo a la alondra los poetas románticos. O porque se oye al despuntar de día y apagarse el canto nocturno del ruiseñor, para anunciar a los amantes furtivos el momento de separarse... El mirlo, que los ingleses denominan blackbird por razones obvias de plumaje, pasa por ser el barítono más talentoso de la naturaleza. En la famosa canción que lleva ese nombre en el “disco blanco” de los Beatles, los primeros compases están reservados al bellísimo canto natural de un mirlo, antes de que Paul McCartney arranque con las palabras: “Blackbird singing in the dead of night”…
El mirlo es el telonero crepuscular del primer artista indiscutido de la noche, el ruiseñor, el cual posee un tono más alto y una partitura más elaborada, de una melodía y unos gorgoritos con auténticos dos de pecho. El caso del ruiseñor es completamente aparte. De entrada, solo puede escucharse en silencio y en libertad --dos buenas premisas--, a diferencia de los pájaros urbanos que se desgañitan para lograr comunicarse por encima del estrépito de las calles. A finales de abril, pocos días después del primer reclamo del cuco, el ruiseñor, heraldo de la primavera, se deja oír por la noche con una melodía de variadas y potentes frases líricas. Lo hace en complejas secuencias alternas, cristalinas, en crescendo, de mayor volumen que la mayoría de los demás pájaros.
Los pajareros que vemos deambular por los barrios de nuestras ciudades con una jaula enfundada son conscientes de que las virtudes canoras de los diminutos vertebrados que adiestran constituyen un pequeño tesoro. Cazan fringílidos para concursar a la búsqueda del canto perfecto de jilgueros, verderones, pinzones y pardillos primordialmente. Las asociaciones protectoras denuncian dopaje y mercado negro en esos concurridos concursos. En Cataluña hay 8.000 pajareros federados. El tema fue debatido el año 2012 en el Parlament de Cataluña para reformar la legislación.
palomas, que alcanzó los 256.000 ejemplares, se ha reducido a menos de la mitad. El ruiseñor, el rey de les aves canoras, se ha convertido en un lujo de la naturaleza.
El diario The Times anuncia por tradición la noticia de la primera noche en que se escucha el canto del nightingale y algunas localidades rurales del sur-este inglés convocan sigilosas audiciones en sus bosques. La célebre “Oda a un ruiseñor”, de John Keats, fue escrita en el jardín de su casa, que se visita en el barrio londinense de Hampstead. Igor Stravinski le dedicó una partitura magistral, bajo el título “El canto del ruiseñor”. Josep Pla --que no dejó casi ningún tema por tocar-- le consagra un capítulo elegíaco en el libro Las horas: “Se ha escrito tanto sobre su canto, y de un modo tan variado, que uno no sabe muy bien qué decir”. A partir de ahí se explaya durante páginas y páginas bien construidas.
¿Y por qué pían los pájaros? Porque son felices, afirmaba Platón. Los científicos faltos de poesía precisan que lo hacen para delimitar su territorio y atraer a la hembra. Sus paradas nupciales pueden ser pequeñas proezas sinfónico-corales y su celo primaveral convierte cualquier arboleda en un auditorio al aire libre. A veces no se trata de simples reclamos innatos ni vulgares parloteos, sino auténticos cantos musicales que determinadas especies son capaces de aprender y desarrollar. El pardillo, por ejemplo, posee una gran capacidad de aprendizaje. La música no es más que un conjunto organizado de sonidos y probablemente los pájaros empezaron a emitirla antes que los humanos.
Los hombres no sabemos descifrar la música de los pájaros, como mucho llegamos a escarnecerla. Los payeses pretendían que el pinzón dice: “La minyona de l’hostal té el cul tou, tou, tou… Tu l’hi has vist, tu li has vist?”… En una versión de mayor actualidad, el festival de música electrónica Sonar incluyó en 2011 una sección “Aviarios sonoros, música y pájaros”, reelaborando digitalmente los sonidos naturales.
La especie más abundante en Cataluña es la de pinzones (11 millones de ejemplares), seguida por los gorriones (6 millones) y los estorninos (4 millones). En la sierra de Collserola no es difícil atisbar pájaros carboneros y en la zona volcánica de la Garrotxa al arrendajo. En los ambientes rurales la reducción de espacios abiertos con pastos ganaderos y estepas cerealeras, así como el uso de pesticidas, ha incidido en la disminución de múltiples especies.
El canto de la alondra, en vías de extinción en Cataluña, es aflautado, dulce y melancólico. Quizás por eso recurren tan a menudo a la alondra los poetas románticos. O porque se oye al despuntar de día y apagarse el canto nocturno del ruiseñor, para anunciar a los amantes furtivos el momento de separarse... El mirlo, que los ingleses denominan blackbird por razones obvias de plumaje, pasa por ser el barítono más talentoso de la naturaleza. En la famosa canción que lleva ese nombre en el “disco blanco” de los Beatles, los primeros compases están reservados al bellísimo canto natural de un mirlo, antes de que Paul McCartney arranque con las palabras: “Blackbird singing in the dead of night”…
El mirlo es el telonero crepuscular del primer artista indiscutido de la noche, el ruiseñor, el cual posee un tono más alto y una partitura más elaborada, de una melodía y unos gorgoritos con auténticos dos de pecho. El caso del ruiseñor es completamente aparte. De entrada, solo puede escucharse en silencio y en libertad --dos buenas premisas--, a diferencia de los pájaros urbanos que se desgañitan para lograr comunicarse por encima del estrépito de las calles. A finales de abril, pocos días después del primer reclamo del cuco, el ruiseñor, heraldo de la primavera, se deja oír por la noche con una melodía de variadas y potentes frases líricas. Lo hace en complejas secuencias alternas, cristalinas, en crescendo, de mayor volumen que la mayoría de los demás pájaros.
Los pajareros que vemos deambular por los barrios de nuestras ciudades con una jaula enfundada son conscientes de que las virtudes canoras de los diminutos vertebrados que adiestran constituyen un pequeño tesoro. Cazan fringílidos para concursar a la búsqueda del canto perfecto de jilgueros, verderones, pinzones y pardillos primordialmente. Las asociaciones protectoras denuncian dopaje y mercado negro en esos concurridos concursos. En Cataluña hay 8.000 pajareros federados. El tema fue debatido el año 2012 en el Parlament de Cataluña para reformar la legislación.
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