En el marco de la exposición y el ciclo de conferencias “Las ciudades europeas de Josep Pla”, organizado por la Cátedra Josep Pla de la UdG y la Fundación Josep Pla, ayer el profesor Xavier Pla (en la foto, tomada por Quim Curbet) presentó en la Casa de Cultura de Girona mi charla sobre “Josep Pla y el color de Roma”, en la que dije lo siguiente: “Josep Pla, como observador dotado de una sensibilidad abiertamente mediterránea, sentía la clara atracción de Italia. Durante su etapa de estudiante de Derecho en la Universidad de Barcelona se inscribió en los cursos de italiano que ofrecía la Casa degli Italiani, situada igual que en la actualidad en el
pasaje Méndez Vigo del Ensanche barcelonés.
pasaje Méndez Vigo del Ensanche barcelonés.
Acabada la carrera de Derecho, Josep Pla entró a trabajar en el periodismo el año 1919 a través de sus amistades de la Peña del Ateneo Barcelonés. Primero ejerció de oscuro redactor de gacetillas de Sucesos en el también oscuro diario Las Noticias. Al cabo de pocos meses aquellas mismas amistades del Ateneo –muy ben conectadas con las fuerzas vivas—le facilitaron le entrada, en noviembre de 1919, en un diario barcelonés de mayor prestigio, La Publicidad, primeramente como comentarista de novedades literarias y en seguida, en abril de 1920, como flamante corresponsal del diario en París, a sus 23 años. El cambio monetario del franco francés que entonces resultaba favorable a la peseta y la escasa retribución económica concedida a aquellos jóvenes corresponsales debutantes hacían posible aquel tipo de encargos profesionales. Las condiciones materiales del trabajo eran precarias, pero la oportunidad de instalarse en la entonces capital del mundo constituyó paar el joven Josep Pla un auténtico sueño.
La primera crónica parisina publicada por Josep Pla en La Publicidad ya evocaba a Italia. Llevaba por título “El cielo de San Remo es demasiado azul”. Se refería a la conferencia diplomática celebrada en aquella localidad italiana entre el 19 y el 26 de abril de 1920 por parte de los países aliados de la reciente Primera Guerra Mundial, con el objetivo de retocar algunos aspectos del Tratado de Versalles que puso fin al conflicto. El abogado y político Amadeu Hurtado, consejero de la dirección y auténtico factótum del diario La Publicidad, envió a Josep Pla a raíz de aquella primera crónica una carta cordial, alentadora. La nueva labor parecía arrancar con los mejores augurios para un joven periodista recién llegado a la información política extranjera, tres haber debutado en el oficio apenas diez meses antes con gacetillas de sucesos redactadas si ambición.
Después de un año escaso –escaso y accidentado—de corresponsalía en París, La Publicidad envió al joven Josep Pla a Madrid para que retratase en las páginas del diario las turbulencias políticas del momento. De la recopilación de aquellas crónicas de 1921 se derivó su libre Madrid, un dietari, que no debe confundirse con el posterior dietario Madrid. L’adveniment de República.
Tras ser elegido a los 24 años como efímero diputado provincial de la Mancomunitat de Catalunya por el distrito de Torroella de Montgrí (que englobaba a Palafrugell, La Bisbal y Palamós) en la lista de la Lliga presentada a las elecciones del 11 de junio de 1921, Josep Pla no se reintegró a París ni a Madrid. Permaneció en Barcelona como redactor de La Publicidad y también colaborador del diario de la Lliga, La Veu de Catalunya. Al año siguiente llegaría la oportunidad de pisar por primera vez Italia, como enviado a la Conferencia Internacional de Génova, otro de aquellos festivales de la diplomacia que nutrían las páginas de los diarios. En esta ocasión la Conferencia Internacional tuvo lugar en abril y mayo de 1922 en la capital de la Liguria. En Génova Josep Pla compartió largas horas de conversación con el poeta Josep Carner, recién ingresado en la carrera consular y destinado de vicecónsul en aquella gran ciudad portuaria del norte de Italia.
La Conferencia Internacional de Génova concluyó el 19 de mayo de 1922, sin embargo Josep Pla se quedó. No solo porque había empezado a cortejar a una quiosquera genovesa y tenía ocasión de practicar aquel incipiente y melodioso italiano aprendido en las clases de Barcelona, sino porque acariciaba la posibilidad de viajar por Italia y conocer de cerca sus fabulosas ciudades. Se instaló de entrada en Florencia, donde coincidió con su amigo pintor Lluís Llimona y también con el arquitecto Josep Francesc Ràfols. Los tres montaron un viaje de Florencia a Siena y Asís. En una carta enviada aquellos días de 1922 a Josep M. de Sagarra, Josep Pla escribió: “I pel demés, Itàlia és el meu país. L’italià és la meva llengua, la pasta el meu menjar i el Chianti el meu beure. Si puc passaré mitja vida a Itàlia. A Florència tinc la sensació de trobar-me al costat de la gent que e s proposaren un fi individual immoral, per tant anaren a darrera de lo seu sense cap escrúpol I avui, per a mi, això és el més fort del món”.
En compañía de Lluís Llimona, Josep Pla llegó por primera vez a la anhelada Roma, de la que dejó una descripción con los ojos aun ensoñados después del viaje en tren nocturno desde Florencia, mientras el sol se alzaba por encima de las ruinas de los Foros. Estuvo un solo día, debido al magro presupuesto económico. Por la noche tomó de nuevo el tren nocturno para visitar Nápoles, tras haber contemplado el legendario tramonto romano, la puesta de sol desde el mirador urbano del Pincio, abalconado sobre las cúpulas y los tejados más afortunados del mundo.
Reincorporado a Florencia, Josep Pla vivió con sus dos compañeros Llimona y Ràfols uno de los períodos más ávidos del amor de Italia, él que siempre proclamó que aquel país era su segunda patria y que se consideraba un italianizante hasta el rabillo de la boina. “Italia es un universo”, repetía Pla [13, 24]. “Lo que uno recuerda más, siempre es lo que ha visto en Italia”, añadía [37, 182]. Y aseguraba: “Fue en Florencia donde descubrí que hubo personas en este mundo que trataron de hacer las cosas bien, inteligente y sensiblemente, pensando que la estancia en este mundo fuese agradable a través de la habilidad del arte. De todo eso, no sabía ni una palabra. Lo aprendí en Italia” [37, 266].
Tras un fugaz regreso a Barcelona para participar en la asamblea de la Mancomunitat, de la que seguia siendo diputado electo, Josep Pla retornó a Italia en octubre de 1922. Fue el primer periodista catalán y español que cubrió informativamente la Marcha sobre Roma de los camisas negras de Mussolini. Publicó aquellas crónicas en el diario barcelonés La Publicitat, aunque la crisis de reorientación que vivía el rotativo en aquel momento provocó que las publicase con mayor frecuencia en el diario madrileño El Sol, el diario que "aglutinaba la masa encefálica de la nación”, una expresión de Ortega y Gasset que Pla naturalmente ridiculizaba y calificaba “de lo que en Madrid llaman un camelo inflamado” [44, 175].
A propósito de aquellas crónicas de la Marcha sobre Roma, escritas en vivo y en directo per Josep Pla, el periodista Guillem Martínez ha opinado recientemente: “Fue, de hecho, el primer periodista europeo en codificar el fascismo. Cubrió la Marcha sobre Roma, y allí describió algo nuevo y que no tenía nada que ver ni con el socialismo, ni con la democracia liberal. Su descripción de la cosa fue tan ágil que, en fin, fue expulsado con agilidad de Italia, país al que sólo pudo volver cuando él también entró a formar parte del fascismo que había descrito” [El País, 16-8-2014].
Josep Pla fue enviado a continuación a Berlín, a Londres, a Rusia, de nuevo a París, a los países escandinavos en compañía de su pareja catalana de origen familiar noruego Adi Enberg, y a Madrid otra vez. Pero no volvió a residir en Italia hasta el momento traumático de la Guerra Civil, refugiado en Roma junto a otros hombres a sueldo de Francesc Cambó y per indicación de este dirigente de la Lliga, quien sufragaba económicamente el levantamiento faccioso del general Franco contra la legalidad republicana. Por aquel entonces residían cómodamente en la capital italiana el rey destronado Alfonso XIII, el negociante Juan March –otro de los sufragadores de la guerra de Franco— y ocasionalmente Francesc Cambó, quien alternaba su residencia suiza de Montreux con la italiana de Opatija, localidad turística en el litoral adriático próximo a Yugoslavia.
El tren de vida de Josep Pla en Roma durante una parte de la Guerra Civil fue modesto y la ayuda de Cambó menguada, aunque indispensable. El dirigente de la Lliga le encargó la redacción del libro Historia de la Segunda República Española así como otros libros, dentro de las tareas de propaganda que justificaban el sueldo. La Historia de la Segunda República Española es uno de los libros menos interesantes de la producción de Josep Pla, escrito sin temple personal, con la técnica del “corta y pega” de documentos del momento.
De hecho Josep Pla no escribió prácticamente jamás sobre la Guerra Civil, aunque marcase ostensiblemente su trayectoria y la de todo el país. Se trata de una carencia que refleja sus permanentes contradicciones y su máscara literaria. Él mismo lo justificaba indirectamente al escribir: “Els llibres de tot ordre que s’han publicat sobre la Revolució francesa formen un gavadal fabulós i fascinador sobre el coneixement dels homes i de els dones. La guerra civil d’aquest país [d’Espanya] hauria pogut tenir la mateixa utilitat, idèntic sentit –guardant les distàncies, és clar. Però no s’ha fet res: ni de la part dels roigs, ni de la part dels blancs. Res. Fa l’efecte que, una vegada acabada la guerra, uns i altres se n’han donat vergonya” [26, 298].
Durante aquel período de exilio en Roma bajo el paraguas de Francesc Cambó, Josep Pla sostuvo en el célebre Café Greco de Via Condotti una tertulia con otros catalanes exiliados como el doctor Jacint Vilardell, Joan Baptista Solervicens, Manuel Brunet, el abogado Salvi Valentí, el esmaltador Miquel Soldevila, etc. En alguna ocasión coincidió en Roma con el dirigente de la Lliga Ramon d’Abadal Calderó, su sobrino Ramon d’Abadal i de Vinyals o el ex ministro de la Lliga Pere Rahola. Con estos tres últimos visitó en el Vaticà al cardenal Anselm Albareda, benedictino de Montserrat que entonces ocupaba el cargo de prefecto de la Biblioteca Vaticana.
Con el coche del doctor Vilardell y los amigos de la tertulia del Café Greco realizó una viaje a la Toscana y Umbria, y en junio de 1938 a Cerdeña, así como un corto crucero por la costa adriática en verano de 1938 con su mujer de entonces, Adi Emberg. Al final del crucero, en Ragusa, Josep Pla regresó a Roma para emprender viaje al sur de Francia e incorporarse a la zona franquista, en octubre de 1938, a través de Biarritz y San Sebastián. En San Sebastián pasó a codirigir El Diario Vasco junto a Manuel Aznar, el mismo tándem periodístico que pocos meses después retomaría posesión del diario La Vanguardia en Barcelona, en enero de 1939. Sobre aquellos pocos meses de codirección de La Vanguardia, pronto frustrados, Josep Pla tampoco escribió jamás ni una palabra, como otro de los capítulos mudos de su vida. En adelante, sin embargo, no publicó nunca más ni una letra en aquel diario.
El mes de mayo de 1939 Josep Pla se retiró definitivamente al Empordá. Au protector, Francesc Cambó, se entrevistó en Madrid con el ministro y cuñado de Franco, Ramón Serrano Suñer, quien le ofreció facilidades para afincarse de nuevo en Catalunya. Cambó decidió retirarse al calor de sus negocios en Buenos Aires, donde murió en 1947 sin haber regresado. Josep Pla siguió una vez más, en este caso incluso precedió, el mutis de Cambó. El escritor, que no tenía negocios multinacionales en Buenos Aires ni en ninguna otra parte, se refugió en casa, en el Empordá. Y escribió: “El año 1940 hasta los árboles parecían manoseados” [9, 14].
Josep Pla vivió de 1940 l 1945 en la localidad portuaria ampurdanesa de La Escala, en compañía de su nueva pareja, Aurora Perea. En los talleres de construcción naval Sala de La Escala encargó en 1944 una barca de considerables proporciones, bautizada Mestral, con intención de practicar también el contrabando, en una época de pleno florecimiento del estraperlo al por mayor o al detall. En verano de 1947 viajó clandestinamente de Cadaqués a Génova con el Mestral, en compañía de dos o tres marineros de tripulación, para traer mercancías entonces escasas y cotizadas. La operación se vio frustrada durante el trayecto de vuelta por los gendarmes en el puerto de Sète, donde se habían refugiado por culpa de un temporal. Josep Pla no hizo ningún viaje legal al extranjero hasta 1952, sin embargo en el volumen de la Obra Completa titulado En mar deja constancia de paso que en 1947, durante la postguerra europea, el puerto de Génova “era un desorden impresionante. Había barcos hundidos, bombardeados”.
En 1955 Josep Pla hizo su primer viaje transatlántico, concretamente a La Habana y Nueva York, a bordo de los primeros cruceros de recreo que hacían publicidad de sus rutas en las páginas del semanario Destino e invitaban a algunos colaboradores destacados para que las promocionasen a través de sus crónicas. A partir de entonces Josep Pla viajó de nuevo con frecuencia al extranjero para al semanario Destino o bien como acompañante de amigos y conocidos que le invitaban. Italia y Roma volvieron a ser destinos entrañables y frecuentes, aunque de momento no lo reflejó en ningún libro específico, más allá de las notas diseminadas en sus dietarios.
Dentro de la Obra Completa definitiva de la editorial Destino iniciada en 1966 con El quadern gris, fue preciso esperar hasta el volumen nro. 37, editado en 1980, cuando Pla ya rebasaba los 80 años, para que dedicase todo un libro de esta serie a lo que tituló Itàlia i el Mediterrani. Parecía por el título que sería su do de pecho sobre una vieja y muy vivida estima de Italia. Pero en realidad defraudó la expectativa, tal como señaló un admirador de su obra y a la vez italianista practicante como Modest Prats, quien escribió: “Ya las últimas cosas que redactó [Josep Pla] se resienten de una falta de vigor y de exigencia. Escribía por vicio, por simples ganas de llenar, con su letra menuda, hojas y hojas de papel blanco. Pienso que no cuesta mucho comprobarlo hojeando el volumen 37 de la Obra Completa” [Punt Diari, 23-4-1982]. Com acabo de indicar, el volumen 37 de la Obra Completa es el dedicado a Itàlia i el Mediterrani.
Así pues, las genialidades de Josep Pla sobre Roma es preciso encontrarlas de forma intermitente, como casi todas las suyas, a lo largo de una extensísima obra publicada en volúmenes de una intensidad muy desigual. Del mismo modo que el libro de Stendhal titulado Roma, Nápoles y Florencia habla poquísimo de esas tres ciudades y lo hace sobre todo de Milán y Bolonia, las famosas Cartes d’Itàlia de Josep Pla, aparecidas por primera vez como libro en 1955 y reiteradamente reeditadas desde entonces, no hablan de Roma. El escritor lo justifica al final del prólogo: “En aquest llibre no es parla específicament de Roma. S’hauria allargat massa. Roma és una cosa a part i ha de ser vista –potser—com una cosa a part”.
Los brillantes fragmentos de Josep Pla sobre Roma e Italia esmaltan muchos de sus libros, sin protagonizar ninguno de forma individual y unánimemente reconocida. Josep Pla es un autor desordenado, torrencial, magmático y eso no le resta ni un ápice de su agudeza, de su atractivo.
Me permitirán que lo explique con un episodio personal mío relacionado con lo que acabo de decir. En 1986 escribí a cuatro manos con el colega Rossend Domènech, corresponsal de prensa afincado desde hace tiempo en la capital italiana, el libro que titulamos Roma, passejar i civilitzar-se, el cual conoció una segunda edición puesta al día el año 2000. Mientras lo escribíamos, tuve un especial interés en perfilar la descripción del color de Roma, es decir, el color del estucado ocre de la fachadas del centro histórico barroco. Josep Pla, en una de sus sentencias, lo ponía como reto culminante de la literatura descriptiva. É mismo abrió el baile con una de sus fulgurantes imágenes, al decir que el célebre color del estucado ocre de las edificaciones barrocas romanas es de una tonalidad de pollo asado.
La gama de tonos ocres del intonaco, el estuco de yeso pigmentado que reviste las fachadas del centro barroco de Roma se acerca mucho al tono de la piel humana bronceada y viva. Más que una simple técnica de revestimiento, el intonaco es un arte secular de subrayar la belleza y acentuar su efecto de atracción, un maquillaje que pone de manifiesto la relación trabajada con el buen gusto. El color del estucado de las fachadas barrocas de Roma es el símbolo de la belleza de la ciudad.
La gracia del intonaco se halla en la gama de tonos y su envejecimiento natural al contacto con el aire. El intonaco es una materia viva que digiere la humedad y la luz, incorpora el paso del tiempo y lo convierte en un mérito, en una progresión hacia la plenitud. Resulta difícil encontrar en ningún otro sitio que no sea Roma este sabio uso de la carnalidad del ocre como atmósfera urbana, esta paleta de tonos emparentados y distintos, del rojizo al pajizo, con las diferentes intensidades del tostado, matizados por la claridad de cada segmento del día. La prodigiosa gama del ocre en Roma ha abandonado la noción empírica de color y se ha convertido en una calidez ambiental.
Ni Rossend Domènech ni yo rechazábamos el peso de la losa de la literatura de Josep Pla a la hora de escribir sobre Italia, más bien la incorporábamos con agrado y sin inhibición, como una lección que flotaba en el ambiente de nuestras lecturas. Conocíamos las páginas de Pla --y las de Sagarra y las de Gaziel—sobre Roma a guisa de poso más que de referencia exacta ni condicionante. Para pasar la prueba de describir el color de Roma, Rossend Domènech y yo exprimimos los conocimientos de un pintor especializado en restauración de fachadas antiguas, con quien conversamos. Sus precisiones sobre la preparación y evolución de los pigmentos nos sirvieron mucho más que la musa de los ilustres predecesores literarios, de modo que nos presentamos al examen planiano de definir el color ocre de las fachadas barrocas romanas con la sensación de haberlo preparado debidamente.
La sombra tan a menudo presente de Josep Pla reapareció a la hora de escoger el título de nuestro libro, una decisión que habíamos dejado para el último momento, cuando la prisa por poner punto final y entregarlo al editor ya no permitía seguir jugando con las dudas. Entre todos los títulos que considerábamos posibles, voté a favor del que tenía presento como otra de les sentencies planianas: "Roma és una ciutat per passejar i civilitzar-se". Aceptada la propuesta, este sería el título definitivo, mantenido hasta hoy en el libro reeditado: Roma, passejar i civilitzar-se.
Inmediatamente me puse a buscar en las páginas de Josep Pla la cita precisa de la frase, para justificar nuestro título y darle la referencia debida. Al primer intento no encontré la frase en sus páginas. Me extrañó, dado que la tenía claramente memorizada. Mi segundo intento tampoco dio resultado, ni el tercero ni el cuarto. Después de lo que nos había costado optar por aquel título, no me atreví a confesar el inconveniente de la falta de referencia exacta sobre el libro y el número de la pagina donde Josep Pla lo había formulado. Atribuimos la frase a Josep Pla, sin más precisión de la obra de procedencia.
Han pasado cerca de treinta años y todavía no he encontrado la referencia concreta. Debo rendirme a la evidencia de que probablemente no existe, que mi memoria me jugó una mala pasada y adjudiqué a Josep Pla una expresión que él no escribió, pero que le ha quedado atribuida por múltiples autores después de nuestro libro. Así pues, enmendamos la plana a Pla, manipulamos, plagiamos o retocamos involuntariamente sus palabras, como él hizo en tantas ocasiones con sus autores preferidos, sin más escrúpulos de los necesarios y con todas las reverencias y reconocimientos que convenga.
En definitiva, la relación de Josep Pla con Roma no puede centrarse en la cita de unes frases concretas, unas páginas determinadas, uno sus libros particularmente acertados. No, la relación de Josep Pla con Roma representa sobre todo una manera vibrante y contagiosa de mirar las cosas, los paisajes, la historia y la actualidad de esa capital. Mirarla con los ojos de todos aquellos que, a lo largo de generaciones sucesivas, estamos convencidos igual como Josep Pla que todo ciudadano latino tendrá siempre dos capitales: la suya y Roma.
Para terminar, permítanme que sucumba a mi oficio de periodista y haga una alusión a la actualidad. Por fortuna, Josep Pla es un tema de actualidad periodística, literaria, cultural y política desde el año 1925 y hasta hoy. Acaba de editarse el libre de Josep Guixà titulado Espies de Franco. Josep Pla i Francesc Cambó. Bajo este título tan enfático, el autor aporta algunos detalles inéditos sobre las actividades de Josep Pla y Francesc Cambó durante la Guerra Civil desde el extranjero a favor de bando de los sublevados. Los detalles inéditos siempre son bienvenidos para entender mejor la compleja biografía y la compleja producción de Josep Pla. En esta medida siempre me ha interesado vivamente todo lo que se publica alrededor de la figura de Josep Pla y he intentado alabar todos los intentos en aquello que aportan de puntos de vista entrecruzados. En esto caso, sin embargo, los detalles inéditos del reciente libro de Josep Guixà que acabo de citar no varían lo que ya se conocía y que otros autores hemos intentado contextualizar no solo dentro de un período delicado y fratricida por definición como es una guerra civil, sino también contextualizarlo a lo largo de una vida como la de Josep Pla, que pasó por etapas bastante contrastadas o diferentes entre ellas.
Intentar convertir esos detalles inéditos alrededor de un período muy concreto en una nueva visión biográfica sobre Josep Pla sería francamente excesivo, sin embargo se ha intentado. Un veterano cronista barcelonés, por otro lado biógrafo de Josep M. de Sagarra, el gran rival literario de Josep Pla en la misma época, ha escrito hace menos de quince días, en el diario La Vanguardia del jueves 9 de octubre último: “No hay duda que este trabajo impecable de Guixà, repleto de descubrimientos, obliga a replantearse la biografía entera de Pla: camaleónico, tramposo y amoral”.
No es así, ni mucho menos. Mis cabellos blancos me llevan a estar acostumbrado a casi todo y doy por bienvenido el exabrupto como muestra reciente, todavía caliente, de aquella formidable actualidad permanente de un autor sin duda contradictorio, muy contradictorio, pero a la vez de un genio literario y periodístico que sigue provocando tanta envidia en algunos y tanta admiración lectora en otros. Lo dejo aquí, nada más, muchas gracias. Casa de Cultura, Girona. 22 de octubre de 2014
0 comentarios:
Publicar un comentario