13 may 2015

El canto de los pájaros como ingrediente del desayuno de tenedor, copa y puro

De vez en cuando una amiga mañanera como yo me invita a desayunar de tenedor, copa y puro en la terraza ajardinada de su casa, a primera hora de la mañana, en el nuevo Poblenou, ya sea en la versión veraniega que incluye la zambullida previa en la playa de enfrente cuando todavía no hay nadie o la versión invernal a la resolana mansa del aire libre doméstico. Es una gran cocinera y el despliegue de viandas suele ser a exquisito, igual que los vinos, cafés y licores. El cigarro habano de la sobremesa lo llevo yo, ella pone el cenicero especialmente diseñado. A aquella primera hora del día el silencio del barrio permite escuchar más
claramente a los pájaros, que seguramente acuden por el olor del suculento desayuno y porque de algún modo se sienten invitados por nuestra predisposición a hacerles caso. No dejamos de charlar entre nosotros, aunque con uno de los dos oídos puesto en el piar intermitente de los pájaros mañaneros. Algunos días comparecen más audiblemente que otros.
Ayer martes a primera hora, cuando la mayoría de tiendas aun no habían abierto pero el pan ya era crujiente y tibio, dimos comienzo al ágape de tres o cuatro platillos distintos. En seguida apareció el canto de las golondrinas alocadas, que en mayo anidan en los aleros, donde recuperan el mismo nido de fango del año anterior. Aquellas golondrinas ya nos tenían vistos de otras veces. 
Las golondrinas son abundantes, ubicuas y más voraces que nosotros: comen cada día la mitad de su peso en mosquitos y pulgones. Pasan el verano en Europa y en setiembre migran a los cuarteles de invierno de África, en largas etapas de día y noche, hasta cubrir 10.000 kilómetros de recorrido. Últimamente se produce un fenómeno insólito: algunas golondrinas ya no parten a invernar, se sedentarizan. Es un indicador del calentamiento global y del carácter de termómetro de la salud del planeta. 
Ayer alcancé a ver en el cielo de la terraza de la amiga a algún vencejo, que es más grande y vuela más alto. Llegan de África después de las golondrinas, para anidar en las rendijas de las casas. Viven el 95 % de su tiempo en el cielo, en pleno vuelo. Comen, beben, duermen y se reproducen sin dejar de volar. Tan solo se detienen unos días de mayo para poner los huevos. 
Las golondrinas, los vencejos, los gorriones, los cernícalos y los grajos son pájaros típicamente urbanos, domiciliados en las azoteas, intersticios de los edificios y agujeros de paredes medianeras, junto a nuestras casas, en estrecha convivencia con nosotros, que muchas veces ni los miramos. Mi amiga y yo sí que los miramos, los esperamos y escuchamos mientras desayunamos de tenedor a primera hora. 
Los pájaros amigos es el título de un libro clásico de prosa descriptiva, publicado en 1922 por la pluma privilegiada de Josep M. de Sagarra. Ha sido reeditado en varias ocasiones, pese a que algunos pájaros del mundo actual han dejado de ser amigos como antes. Las palomas, las gaviotas y las cotorras eran sujetos poéticos hace escasas décadas y hoy representan un peligro sanitario. 
El ecologismo lanzó años atrás la alarma de peligro de extinción de algunas especies, ahora topamos con el peligro inverso de la sobrepoblación. Las gaviotas fueron una símbolo romántico de los ambientes de marina y ahora son consideradas con frecuencia como auténticas ratas del cielo. El departamento de Agricultura de la Generalitat ha autorizado en repetidas ocasiones su eliminación con narcóticos inyectados en trozos de pan, de modo a combatir su incremento desmesurado. 
La concentración de inocentes estorninos y su trino masivo se han convertido en una peste en determinadas localidades, combatidos con todo tipo de técnicas. La principal mutación ha sido la del hombre y sus modos de vida, mientras que los excesos de los pájaros son apenas un tímido reflejo de ello. 
Los pájaros que se acercan a la terraza de mi amiga son educados y convivibles, sobre todo a primera hora. Después, mientras la mañana avanza hacia el mediodía durante la sobremesa prolongada, acostumbran a alejarse, como si nuestra conversación les desinteresara del todo. No creo que sea por el aroma del habano ni por el volumen mesurado de nuestra voz. Más bien es que no saben estarse quietos, entre otros motivos porque no han desayunado como nosotros.

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