Uno de los atractivos de la pequeña villa de Ceret, capital de la comarca nord-catalana del Vallespir, son las acequias que hacen correr a lo largo de las aceras el agua más viva, fresca y melodiosa del mundo (foto Pablo Leoni). Los centenarios plátanos de más de treinta metros de alto, sobrealimentados por las bajantes de agua del Pirineo, forman a uno y otro lado de la calle mayor una auténtica bóveda vegetal, punteada por las legendarias terrazas del Grand Café, el Café de France o el Pablo. Tengo la impresión de que los numerosos concurrentes al mercado semanal del sábado por la mañana acuden sobre todo por el escenario, por la propia villa, a un tiro de piedra de las grandes superficies comerciales de Perpiñán y La Junquera. Ir de paseo a Ceret es un rito, un valor per sí solo, más aun cuando el mercado sabatino pone la viveza del entregente, los encuentros inesperados, las tertulias espontáneas o sencillamente la contemplación coloreada del curso humano. El calendario anual añade algunas fechas señaladas, celebraciones estacionales como por ejemplo el precoz lirismo invernal de la flor de las mimosas gracias al microclima de este valle, la fiesta de la cereza el mes de mayo o la desbarajuste de las bodegas que se multiplican a raíz
de la jornada festiva del 14 Juillet.
de la jornada festiva del 14 Juillet.
Desde la época de Manolo Hugué y Pablo Picasso, la villa de Ceret (7.800 habitantes actualmente) es una pequeña celebridad mundial por la fortuna de su entorno natural. En el nro. 8 de la calle mayor (el bulevard Maréchal Jofre, más conocido por “la Passejada”) actúa desde 1992 el renovado Museo de Arte Moderno, la joya de la corona de una gestión cultural en municipios de reducidas dimensiones. Enfrente todavía opera la peluquería que estuvo regentada por el poeta Edmond Brazés, fallecido en 1980.
El escultor barcelonés Manolo Hugué fue el primer forastero en valorar a Ceret cuando huía del "olor a enfermo" del vecino municipio balneario de Vernet-les-Bains. Encontró que Ceret "es un pueblo catalán con todas las ventajas de ser francés". Invitó en verano a algunos de sus amigos parisinos, entre ellos a Picasso. La tendencia quedó establecida.
El mercado de los sábados se han extendido de forma tentacular y hoy comienza en la entrada del municipio, donde han dispuesto áreas de estacionamiento de coches a menudo insuficientes. Las puestos arrancan a la sombra de la gran estatua "El dolor", de Arístides Maillol, monumento dedicado a los muertos de la primera guerra mundial del 1914-18 (otro ejemplar en bronce se encuentra en los jardines de las Tullerías parisinas). El despliegue mercantil sigue las curvas del bulevard Maréchal Joffre, pasa por delante del mítico Grand Café y se lanza en brazos del Café de France, a los pies de la antigua muralla.
En caso de saturación, por las callejuelas de la villa puede accederse a la recóndita plaza de la Fuente de los Nueve Chorros, de un sereno rumor acuático. Alrededor de los altos plátanos sobrealimentados han tenido la delicadeza de habilitar bancos públicos de una fabulosa y humilde utilidad.
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