La mejor literatura de viajes no siempre la escriben los exploradores más esforzados ni los aventureros más osados. A veces se logra sin salir de casa, con la imaginación, el recuerdo o la destreza literaria. Las descripciones más vibrantes de las ruinas de Atenas se encuentran en el Itinerario de París a Jerusalén, de Chateaubriand, quien tan solo permaneció dos días en la capital griega, en agosto de 1806. Retornado a Francia, cinceló el recuerdo como una elegía aun inigualada hoy. Josep Pla escribió una acerada
descripción de Río de Janeiro sin bajar del barco, durante el único día de su estancia, el 3 de enero de 1957. El 21 de diciembre de 1956 zarpó de Barcelona con destino a Buenos Aires, el 31 tocó el puerto brasileño de Recife y el 3 de enero de 1957 entró en la bahía de Río de Janeiro, de donde marchó al día siguiente hacia Montevideo.
descripción de Río de Janeiro sin bajar del barco, durante el único día de su estancia, el 3 de enero de 1957. El 21 de diciembre de 1956 zarpó de Barcelona con destino a Buenos Aires, el 31 tocó el puerto brasileño de Recife y el 3 de enero de 1957 entró en la bahía de Río de Janeiro, de donde marchó al día siguiente hacia Montevideo.
Las escasas horas transcurridas no le impidieron escribir sobre la ciudad carioca treinta páginas magníficas, incorporadas al volumen 18 de la Obra Completa, En mar. La maledicencia según la cual Josep Pla, alcanzada ya a la veteranía del oficio, era capaz de redactar descripciones magistrales sin bajar del barco o sin salir de casa fueron un hecho irrefutable en alguna ocasión como esa. También es cierto que otros escritores de éxito, como el novelista castellano Juan Valera, vivieron en Río de Janeiro años seguidos y no dejaron ni una sola página apreciable.
Poco admirador de exotismos, más partidario de paisajes ordenados y rediticios, Pla opinó en aquella ocasión: "Así, en Río, frente a Río de Janeiro, me encontré ante un caos natural inorgánico [...] El calor sólido, el bochorno, la sensación de vivir dentro de una bala de algodón calentada, produce un sopor que me limita la curiosidad. La pastosidad de la atmósfera, la cosa fofa, la obesidad, la oleoginosidad del aire, la humedad, me producen una inercia, me precipitan en una indiferencia inasible [...] Este clima conduce –aunque no a todo el mundo-- a vegetar, a perder tensión, a la inanidad, a entrar en un estado de chochez prematura. Las mujeres lo deben saber, y de ahí, tal vez, su tendencia a crear ilusiones y alucinaciones impelentes".
Por su lado, Juan Valera llegó a Río en 1851 como secretario de la embajada de España. Calificado de mejor prosista de su época, era autor de populares novelas como Pepita Jiménez y Juanita la Larga. Su estancia en Río hasta 1853 dio frutos escasos, tristísimos. La ciudad no le interesó nada.
Fue toda la vida fue un conservador heterodoxo, un semiaristócrata malcasado y arruinado, un putero declarado. Además de las numerosas cartas escritas desde Río, Valera escribió el ensayo La poesía del Brasil y la novela de ambiente carioca Genio y figura. Su narración de aquellos dos años no ofrece ningún atractivo literario ni testimonial.
Decía en una de las cartas: "No hay aquí distracción alguna para mi, ni hallé hasta ahora, gente de mi agrado con quien hablar. Así es que pasó días enteros solo encerrado en mi cuarto; leo, fumo y me entristezco".
A Valera no le gustaron ni las mulatas: "Me consuelo, pues con lo que hallo para el consumo público, que no es cosa buena ni segura; negras y mulatas sobre todo. Con respecto a éstas me llené yo de ilusiones y falaces esperanzas al venir de Europa, y tocar el vapor en Bahía, antigua capital del Imperio: porque allí la raza de esclavos es hermosísima e inteligente: aquí, por el contrario, estúpida y deforme".
Haber vivido en una ciudad extranjera no garantiza por sí solo la capacidad de describirla con acierto, en cambio otros autores pueden lograrlo tras uno o dos días de visita. La literatura de viajes es en primer lugar literatura y, solo en segundo lugar, viajes.
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