Ayer viernes fuimos con Rodolfo a caminar a lo largo del recuperado y ordenado delta del Llobregat, el segundo humedal protegido (relativamente protegido) más importante de Catalunya después del delta del Ebro, con la gran diferencia de su proximidad a la conurbación barcelonesa poblada por más de 4 millones de habitantes. Fuimos a paladear la sensación de alejamiento --quizás vaga pero a la vez infinitamente concreta y perceptible-- que procura salir de los escenarios fabricados a máquina para entrar en las tierras bajas payesas, acompasadas per la productividad estacional. El aire ligero, tónico y terso del espacio natural contrasta muy de cerca con las pretensiones desorbitada de la urbe y de los usureros
de guante blanco recubiertos con cien disfraces.
de guante blanco recubiertos con cien disfraces.
Caminar actualmente por este delta exulta el bienestar físico, activa el hambre genérica, diluye la migraña legañosa del aire de la ciudad, oxigena la mirada, higieniza el espíritu y atempera las desazones. Mientras andábamos hasta el confín de la playa entre huertos y cañizos recordé la frase de Josep Pla en el libro Cartes de més lluny: “Hemos creado una civilización demasiado cara, y eso nos hará infelices”.
Los prolongados pinares a orillas del mar de Castelldefels y Gavà ya fueron objeto durante la Generalitat republicana de un proyecto arquitectónico de amplio complejo vacacional para la clase trabajadora, impulsado por la Cooperativa Popular de la Ciudad del Reposo y de Vacaciones. La maqueta fue expuesta el año 1933 en los bajos de la Plaza Catalunya. La Guerra Civil y el franquismo barrieron con todo, hasta que los campings de grandes dimensiones aprovecharon la situación privilegiada de los terrenos a orillas del mar y alcanzaron una capacidad de acogida de 25.000 campistas al mismo tiempo.
La inmigración trabajadora de los años 60 se vio amontonada en esta comarca. Los cuatro municipios limítrofes de Castelldefels, Gavà, Viladecans y Sant Boi suman hoy 250.000 habitantes. Las tres cuartas partes de los 92 km2 del delta del Llobregat están construidas y urbanizadas, con frecuencia mal construidas y mal urbanizadas.
La movilización vecinal y la llegada de la democracia impidieron que estos suburbios, convertidos en patios traseros y cuartos trasteros, se convirtieran en guetos explosivos. Del mismo modo, la movilización vecinal impidió que el gobierno de la Generalitat se acabase de bajar los pantalones en 2012 ante el magnate de los casinos Sheldon Adelson y su proyecto de Eurovegas.
En el delta opera el Parque Agrario del Baix Llobregat, una de las zonas agrícolas más antiguas y fértiles del país. Las 3.348 hectáreas del recinto suscitan la envidia de muchas grandes ciudades que desearían tener como Barcelona la despensa productiva en el “km 0” de la inmediata periferia. Un tomate criado aquí tarda menos de 12 horas de la rama hasta el plato de cualquier barcelonés, tal como calculó cronómetro en mano un reportaje del colega Carles Cols (El Periódico, 25-12-2015). La alcachofa del Prat y el pollo pata azul de la misma localidad son denominaciones de origen reconocidas.
Hoy el mirador del Semàfor (en la foto) o el de la pineda del Remolar permiten la contemplación circular de un oasis, con la playa virgen y solitaria, las dunas, el estuario de la riera de Sant Climent (el del Llobregat se vio desplazado por las obras de ampliación del puerto barcelonés) y la frondosidad de lo que fue hasta 2007 el camping Toro Bravo (desahuciado por la tercera pista del aeropuerto), todo ello sobrevolado por la panza rugiente de los aviones que aterrizan o despegan cada 86 segundos. Los pájaros y los humanos se han acostumbrado.
En la playa del Prat fue imposible bañarse durante largas décadas, por razones sólidas y visibles. Era el vertedero industrial y fecal de toda la cuenca del río, dentro de un auténtico parricidio. En 2002 entró en servicio la gran depuradora del Baix Llobregat que cambió la situación.
Al Baix Llobregat no le han regalado nada. La gente se lo ha trabajado y luchado, incluidos algunos alcaldes como el comunista del Prat, Lluís Tejedor, uno de los más longevos de todo el país en el cargo. Nacido en Guadalajara, vive en el municipio desde los 9 años y es su alcalde por ICV desde 1982. No solo las ha visto de todos los colores, sobre todo ha podido comprobar cómo es posible que los colores vayan cambiando.
Los dos hermanos Muñoz del conjunto musical Estopa, hijos de Cornellà, lo han resumido después de vender 4 millones de discos a lo largo del mundo latino: “Afortunadamente, el destino ha querido que sigamos viviendo en el Baix Llobregat. No tiene el glamur de Miami pero mola más”.
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