Tres jóvenes emprendedores surgidos de la escuela de negocios ESADE han creado en Barcelona una pequeña empresa de nueva factura --ahora lo llaman una start-up--, especializada en comercializar ramos de flores. El comprador encarga por Internet y lo entregan en la dirección deseada. Eso ya lo hacía Interflora a escala internacional, quizás los jóvenes emprendedores locales mejoren el circuito de proximidad. La cuestión no es el circuito, sino las flores. De momento la nueva empresa barcelonesa The Colvin Co trabaja con ramos preestablecidos, entre los que el comprador escoge. Esos ramos prefabricados no me dicen nada. La cuestión siguen siendo las flores, su pluralidad
natural y su accesibilidad.
natural y su accesibilidad.
Los puestos de flores de la Rambla barcelonesa logran la mayor parte de sus ingresos con la venta de souvenirs turísticos, como imanes de nevera. No es cierto que en el mundo de hoy se vendan menos flores. El problema es el estado de la Rambla, no las flores.
La empresa barcelonesa de floristería Navarro ha levantado un imperio, abierto las veinticuatro horas cada dia del año, a lo largo de dos cèntricas manzanas de la calle Valencia, entre Llúria y Girona, incluyendo la fachada del mercado de la Concepción. La variedad de la oferta y el desfile de clientes es incesante. Comprar flores no es ninguna costumbre pasada de moda.
En Barcelona nos permitimos el lujo de tener dos mercados centrales de la especialidad, descoordinados a pocos kilómetros de distancia. En Mercabarna han modernizado la lonja del antiguo Mercat de les Flors de Montjuïc (hoy teatro municipal), para congregar sobre todo a distribuidores y minoristas. El tradicional Mercado de la Flor de Vilassar de Mar reúne a productores y mayoristas. Lo que ha cambiado es la importación de la mayoría de las flores, la globalización floral.
En un pequeño país de 7 millones de habitantes, el día de Sant Jordi se venden 7 millones de rosas, según estimaciones de los mayoristas a quienes el gobierno del PP ha rebajado el IVA del 21% al 10%, contrariamente a los libros. Tan solo el 15% de las rosas de Sant Jordi son de producción local.
El resto proviene por vía aérea de Colombia y Ecuador (72% del total) y en menor medida de Holanda, del sur de España y países africanos como Kenia y Etiopía. Las plantaciones industrializadas de rosas de exportación en Colombia y Ecuador, potenciadas con plaguicidas y fertilizantes sintéticos, causan problemas de contaminación y sobreexplotación de las reservas de agua, sin hablar de la retribución de la mano de obra de allá.
En las afueras de Amsterdam, el Wall Street de la flor cortada que es la bolsa mundial de Aalsmeer marca cada día la cotización de la rosa, el crisantemo, el clavel, el lílium, el gladiolo... Al punto del mediodía ya se han vaciado los 700.000 metros cuadrados de naves en vidriera, donde las flores se acumulan des de la tarde anterior.
Por eaas naves circulan cada año 900.000 millones de rosas, 250.000 millones de tulipanes, 200 millones de claveles, 100 millones de crisantemos. La proximidad del aeropuerto de Schiphol facilita el rápido traslado cotidiano a los cinco continentes. Un lote de rosas marroquíes transita hacia Japón, igual que un contingente procedente de Francia puede ser revendido a los detallistas del mismo país de procedencia una vez seleccionadas, cortadas, pulidas y arregladas allí. Holanda controla el 63% del mercado mundial de exportación de flores.
El certamen Girona Temps de Flors convierte durante ocho días de primavera los patios y rincones monumentales del Barri Vell de la ciudad en uno de los lugares más afortunados –y concurridos-- del país, una auténtica iluminación de fe en la poesía de las flores, un fenómeno de seducción que emana de la subida de la sangre de esas plantas en su instante anual de plenitud.
Las flores representan uno de los indicadores sutiles del grado de civilización de cada lugar. Dejarse seducir por las ellas no consiste en un desmayo ñoño. También puede ser una demostración de fuerza, un despliegue de cultura, una exhibición de dominio sobre el caos.
No se venden menos flores en el mundo de hoy, otra cosa es que las hayan industrializado demasiado. Por poner un caso, ahora resulta muy difícil encontrar en la actualidad una de las más populares durante largas décadas, seguramente durante siglos: los ramitos de violetas envueltos en su propia hoja y atados con hilo de coser, que el comprador se prendía con orgullo en la solapa o depositaba delicadamente en un búcaro. Claro está, las violetas se adaptan mal a la escala industrial, al circuito de Internet, a las floristerías start-up.
Cada mes de marzo voy a reencontrarlas bien vivas en los bosques húmedos de encinas, aunque hayan desaparecido de la circulación en las floristerías. Probablemente es culpa de su modestia. Las violetas no deben ser negocio, pese a haber sido tan populares y utilizadas en perfumería y farmacopea, incluso en la cocina en salsas y mermeladas. Su azul intenso dio nombre a un color propio de la paleta, así como a incontables poemas y canciones. La violeta era una flor central, una flor de referencia.
Me gustaría poder colocar un ramito de violetas cordiales, lucientes y fragantes junto al teclado de mi ordenador o en el centro de la mesa de la comida con invitados. Al parecer eso se ha convertido en una pretensión fuera de lugar, y me duele.
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