Las salas de cine se han modernizado y la implantación de los multisalas ha favorecido la renovación técnica de las instalaciones, incluidas las butacas. El otro día acudí a la sala grande, histórica, del cine Aribau barcelonés y me pareció una reliquia sin duda majestuosa, pero anacrónica e incómoda. Los multisalas han ganado en todos los terrenos, excepto uno. Cuando en 1998 inauguraron la remodelación del multisalas Albéniz de Girona, implantaron por primera vez en toda España la innovación de los llamados love seats o butacas dobles para parejas, sin reposabrazos intermedio. El antiguo, elegante y concurrido teatro-cine Albéniz abrió en
1923 (también programaba variedades, zarzuelas, conciertos) y contribuyó al dicho: “Tres templos hay en Girona con más fieles que la catedral: el Albéniz, el Gran Vía y el Coliseo Imperial”. Ardió y fue reconstruido en 1926, y se vio derribado en 1997 para dar paso al moderno multisalas.
1923 (también programaba variedades, zarzuelas, conciertos) y contribuyó al dicho: “Tres templos hay en Girona con más fieles que la catedral: el Albéniz, el Gran Vía y el Coliseo Imperial”. Ardió y fue reconstruido en 1926, y se vio derribado en 1997 para dar paso al moderno multisalas.
En el momento de la reinauguración, con love seats incorporados, me apresuré a acudir, en homenaje a la iniciativa y a la vieja costumbre de poder abrazar cómodamente a la pareja durante la película. Llevaba tiempo esperando aquella innovación, aplicada con incomprensible retraso pese a la proliferación de nuevas salas de cine a lo largo del país.
Los exhibidores admiten que la mayoría del público va al cine en pareja. Se puede deducir que una buena parte de esa mayoría son partidarios de la comodidad de la butaca doble, aunque las instalasen en minoría en los laterales de la sala, como mera prueba.
La denominación norteamericana love seat estimula el pensamiento licencioso, pero no es necesario imaginar ningún desborde en la oscuridad de la sala ni evocar antiguas represiones que solo podían desatarse en esa oscuridad. Nada de eso se encuentra ya al orden del día, salvo la sustancia medular del placer de ir al cine en pareja, abrazarse por detrás del cuello sin necesidad de contorsiones, acomodarse juntos, reclinar la cabeza en el hombro del otro, quizás inclinarse para un beso furtivo y, si nos apetece, hacer manitas sin que el brazo se duerma clavado en una rígida separación.
En los love seats del cine Albéniz gerundense pasé ratos agradables, incluso cuando la película no era nada del otro mundo. Me pareció una innovación bien lograda, aunque me equivoqué en lo que respecta a su difusión. El invento se vio truncado, no ha proliferado. Resulta incomprensible, lamentable e incómodo de nuevo.
Bastaría con que els reposabrazos de las nuevas butacas de los multisalas fuesen reclinables según la preferencia de cada espectador, como en aviones, trenes, autocares y demás lugares. Pero no. Además de incomprensible, lamentable e incómodo de nuevo, es injusto. Los besos más bonitos del cine no siempre se han dado en la pantalla.
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