Ayer volví a recorrer, con riesgo para la integridad física, el poblado ibero situado en la loma rocosa de Sa Cobertera (o Sa Corbatera), asomada a la playa del Castell de Palamós, después de preguntar al catedrático de Prehistoria de la Universitat de Barcelona Josep M. Fullola Pericot si deseaba acompañarme. Su respuesta fue entusiasta, entre otros motivos porque el abuelo Lluís Pericot fue uno de sus primeros excavadores. Hace muchos años que me gusta rondar Sa Cobertera, ya sea por tierra o por mar, en verano o invierno. Es un lugar bellísimo y aparentemente anónimo, solo aparentemente. De hecho constituye el núcleo de un puñado de hechos históricos elocuentes. Además, posee la gracia excepcional de la
belleza espontánea, el atractivo poderoso de su soledad a proximidad inmediata de la turbulencia del mar y la aglomeración humana. Ayer se veía iluminado por una mañana de primavera rutilante.
El poblado ibérico de Sa Cobertera es un mirador, un belvedere afortunado por la escasa valoración de las tendencias masivas. En materia de iberos la vecina Ullastret se lo lleva todo y deja a Sa Cobertera en una paz admirable que pocos admiran. Aunque la puerta metálica del recinto está abierta y con la llave oxidada colgando del cerrojo, el camino hasta lo alto de la loma se encuentra en mal estado y algún cartel prohíbe tímidamente el paso por precaución, en vez de arreglarlo.
La playa del Castell, situada fuera del núcleo urbano de Palamós, ha vivido durante muchos siglos un aislamiento idílico. Hasta que el pintor de fama internacional Josep M. Sert restauró el Mas Juny y lo convirtió en 1931 en foco de atracción veraniego de sus adineradas amistades parisinas. La fiebre cosmopolita de la solitaria playa del Castell duró cinco veranos.
En 1935 el erudito local Lluís Barceló i Bou descubrió dentro de la finca del pintor Sert, en la loma de Sa Cobertera, el antiguo poblado ibérico, en el sentido de llevar a cabo la primera excavación científica. En la posguerra apareció en escena el catedrático de Prehistoria Lluís Pericot García, comisario provincial de excavaciones arqueológicas de Girona, quien avaló las prospecciones realizadas aquí por el arqueólogo gerundense Miquel Oliva Prat.
Les dio un empujoncito de ayuda en su tarea el nuevo propietario de la finca, el industrial, mecenas y noctámbulo barcelonés Alberto Puig Palau, conocido por la canción que más adelante dedicó Joan Manuel Serrat a “Tío Alberto”. El hecho de que su finca incluyese unas ruinas pre-romanas resultó decisivo para que los productores americanos localizasen en la playa del Castell el rodaje de la película Pandora y el holandés errante. Provocó el año 1950 el desembarco en este hambriento país del “animal más bello del mundo”. A los 28 años, la actriz Ava Gardner se encontraba en el momento más glorioso de sus incomparables ojos verdes.
El rodaje dejó un rastro mítico. Nada habría sido igual en la imagen internacional de la Costa Brava y de la España de posguerra sin las derivaciones de Pandora y el holandés errante, ni la localización del film se habría producido sin la intervención de Puig Palau en favor de su finca con ruinas pre-romanas.
A continuación nadie volvió a pensar en el yacimiento arqueológico del poblado ibérico de Sa Cobertera, recubierto de nuevo por la inactividad y el silencio. En 1980 se realizaron unas tareas parciales de limpieza y desescombro, dirigidas por Esteve Verdaguer Lloveras. Luego, veinte años más de silencio.
El paraje lo compró el año 2000 la Generalitat y reemprendió alguna excavación en el poblado ibérico. Entre 2003 y 2010 se celebraron ocho ediciones del Curso de Iniciación a la Arqueología Ibérica de Castell, organizado por el museo de Empúries y el Ayuntamiento de Palamós. Desde 2011 la supervisión y escaso mantenimiento del yacimiento dependen del museo ibérico de Ullastret.
Ayer lo recorrimos con el profesor Fullola Pericot, no sin algunos malabarismos. A continuación anduvimos una parte de la senda boscosa de Cala Estreta y, en sentido contrario, el caminito de ronda hasta el prodigio luminoso de Cala S’Alguer. Nos quedó tiempo para estrenar la temporada de la terraza de Ca la Filomena, en Mont-rás, a la hora del aperitivo.
Acto seguido nos encaminamos al otro monumento histórico que motivaba nuestro desplazamiento: el arroz de los jueves en el popular restaurante Vall-llobrega, a pie de carretera del pequeño municipio del mismo nombre. Lo abrieron en 1966 los abuelos Joan Mont Dausà y Pilar Jové Dalmau, procedentes de Romanyà, con una vocación de exquisita sencillez mantenida por los hijos y hoy por el nieto Francesc Mont.
El establecimiento disponía de una terraza posterior cubierta en verano por la parra más esplendorosa, fresca y acogedora que yo pueda recordar. La parra ya no está, pero yo vuelvo como si estuviese. Ahora me acompaña de vez en cuando algún catedrático como Fullola Pericot, aunque lo hace más bien en su condición de “bacanard de los gordos”, que a mis ojos es un rango mucho más importante (el apodo de “bacanards” aplicado a los begurenses es de origen y contenido discutidos, yo siempre lo uso como él ya sabe).
Acudimos precisamente ayer porque el arroz de los jueves del restaurante Vall-llobrega, dentro del menú del día a 10,50€, forma parte del patrimonio histórico-artístico del paraje. Los iberos sabían muy bien donde se asentaban.
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