3 mar 2017

La fe terrenal para descubrir la Vía Heráclea con la mirada de Amadeu Cuito

En una ocasión Amadeu Cuito detuvo el coche en seco en medio de la carretera secundaria para hacerme apear, obligarme a caminar un trecho campo a través y enseñarme el punto exacto del camino de tierra, en las afueras del pequeño municipio de Rabós (Alt Empordà) donde descubrió, después de ocho años de búsqueda esforzada, el ramal que buscaba de la Vía Heráclea de los iberos y posteriormente los romanos. Para mi el lugar es, desde aquel día, la auténtica Via Heráclea revivida. Regreso de vez en cuando con la misma convicción que él y presto el oído al eco lejano del paso de las legiones romanas y cartaginesas sobre estas tierras ampuritanas. Es de toda lógica que el corredor natural que enlaza el flanco mediterráneo de la
Península Ibérica con el continente europeo (sobre todo con Roma, a través del sur de Francia y los Alpes Marítimos) acogiese la ruta terrestre utilizada desde tiempos remotos.
En la época de los iberos recibía el nombre de Vía Hercúlea o Vía Heráclea porque comunicaba con las míticas Columnas de Hércules en Cádiz y el estrecho de Gibraltar. También se llamó Camino de Aníbal, por la resonancia del paso de los cartagineses, y en último término Camino de los Romanos. 
En el umbral de nuestra era el emperador romano la bautizó Vía Augusta, al mismo tiempo que la ampliaba para permitir el paso de las legiones ocupantes de Hispania, el comercio y la colonización. Una vez franqueado el Pirineo, la columna vertebral de la Galia Narbonesa se denominaba Vía Domitia.
A lo largo de los 1.500 km peninsulares el trazado se ha mantenido básicamente igual hasta hoy en múltiples puntos, por ejemplo en el paso fronterizo del Pertús. No significa que se conozcan muchos detalles sobre la antigua vía ibera y romana ni sus numerosas ramificaciones sobre el terreno.
Víctor Hurtado y su primo Amadeu Cuito dedicaron ocho años entusiastas a buscar el rastro en la comarca fronteriza. Publicaron el resultado en el libro La Via Heràclia, entre la història i el paisatge
En este tramo preciso del camino romano en las afueras de Rabós vivieron una revelación, muy bien descrita por Cuito: “De repente escuchamos un grito. Entre la maleza corría una línea de piedras blancas lustradas por el sol. Al llegar y levantar la mirada, quedamos boquiabiertos. Hasta la cima subía recta y esplendorosa una avenida solemne que transformaba la montaña en sagrada. No se veían casas ni cultivos. A media altura, una mata de alcornoques ofrecía su sombra solitaria. El cielo permanecía inmóvil y la tierra desierta, sin embargo bajo la piel morena de aquella naturaleza salvaje fluía el tiempo de los humanos”. 
Amadeu Cuito me llevó al punto exacto de aquella revelación para explicarme el hallazgo sobre el terreno. Mi mirada no estaba documentada como la suya, solo vi naturaleza salvaje allí donde él discernía con el Eureka! de Arquímedes el trazado de la Via Heráclea. Sin embargo no me sentí decepcionado. Mi fe en las palabras de Cuito es absoluta y nuestras escapadas al Coll de Banyuls, a Perpiñán o a las mesa de casa María de Mollet de Peralada o del restaurante María Rosa de Campins son autosuficientes por sí mismas, de modo que la eventual demostración de postulados històricos no aumentaría el placer de retomar cada vez nuestra conversación.
Por más que el rastro de la Vía Heráclea de los iberos en Rabós resulte inconsútil a mis ojos, su vibración no. La fe terrenal –el entusiasmo de creer—mueve montañas y abre caminos. Incluida la Vía Heráclea de los iberos del siglo VI antes de nuestra era en las afueras de Rabós.

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