Una amiga de Parma me llevó en algunas ocasiones en su coche hasta las afueras para cenar en la ostería con jardín I Tri Siochètt. Se lo pedí para contemplar con cierto detenimiento el tramonto, la puesta de sol, en el paisaje del amado poeta parmesano Attilio Bertolucci y también, si ella se prestaba, para que me recitase algún fragmento con el acento italiano de la Parma afrancesada que todavía arrotonda le erre. El poderoso río Po ha modelado, ha compactado, ha construido materialmente la extensa pianura padana, la región minifundista de de graso regadío en cuyo perímetro se halla la bassa parmesana, el paisaje retratado en la película “Novecento” por el hijo del poeta Attilio Bertolucci, el cineasta Bernardo Bertolucci. Pero a mi
me interesaba la palpitación sobre el terreno del punto de vista del padre y de mi acompañante.
me interesaba la palpitación sobre el terreno del punto de vista del padre y de mi acompañante.
Intimar con su paisaje, diluirse en él ni que sea durante el rato de una cena con sobremesa, me parecía inexcusable. La red de ciudades medianas que dan lugar a la riqueza de la región aun respeta la implantación de los romanos sobre la Vía Emilia, a lo largo de núcleos separados por un día de marcha a pie: Piacenza, Parma, Reggio Emília, Módena, Bolonia, Imola, Forlí, Cesena, Rímini, Ferrara, Ravenna...
Se vertebraron sobre una pauta de punto de etapa. Lo mantienen hasta hoy, separadas por poco rato de tren o de autopista, gracias un policentrismo entendido como red y no como dispersión.
La región de Emilia-Romaña, con capital en Bolonia y segunda ciudad en Parma, es una de las más prósperas de Italia y de Europa. No ha basado la riqueza en la gran industria, sino en empresas de dimensiones limitadas de ciudades pequeñas y medianas, vinculadas con frecuencia a la fertilidad de la tierra y la modernidad del sector agroalimentario.
La razón primitiva de la fertilidad es el río Po, el espinazo de la Italia del norte. Sin embargo el Po no tiene una capital, no la ha querido nunca. Cada municipio ha configurado su propia bassa, su comarca "baja" marcada por el río y sus derivaciones.
El Po es un gigante que se ha sabido hacer pequeño con astucia y repartir su poder sobre el terreno con una bellísima sabiduría. La poesía de Attilio Bertolucci permanece muy ligada a este paisaje, así como mi admiración y las cenas con la amiga en la ostería.
A la hora del café, debidamente corretto, accedió a recitarme lentamente, arrotondandono le erre de forma espontánea, el “Canto del pellegrino” de Attilio, tras haber presenciado mientras cenábamos tortelli d’erbette cómo el sol se ponía a las espaldas de un horizonte color de naranja sanguina, un sol poderoso, indiferente, grandilocuente como un rey de tragedia. La sigo oyendo diciéndome en voz baja, casi al oído:
Bronzea notte che l’abbarbicato albero consuma
e il querulo ruscello secca e la pietra oscura;
notte che l’alba fa desiare e aspettare
a ll’immobile pellegrino preso la fonte consunta.
Se l’alba piove dal freddo sole,
dissepolto allucinato biancore,
sul mio oscuro mattino con tenerezza,
o fiore ti saluta l’immobile pellegrino.
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