Donald Trump ha decidido abandonar los acuerdos internacionales firmados contra el cambio climático. El presidente norteamericano y otros carcamales interesados consideran que son fantasías de ecologistas las consecuencias catastróficas del efecto invernadero de los gases emitidos debidas al uso masivo de combustibles fósiles (petróleo y carbón), si no se reducen con medidas que se hallan perfectamente estudiadas, incluso aprobadas y no respetadas. Una de las consecuencias previstas es la subida del nivel del mar, provocada por el aumento de la temperatura media. Inundará franjas costeras actualmente habitadas por 280 millones de personas, por ejemplo en grandes ciudades como Shangai, Nueva
York, Sidney, Bombay y Hong Kong, además de otros territorios menos tipificados. Entre esos territorios menos tipificados se encuentra el mío, en Calella de Palafrugell. Es probable que a Donald Trump le importe un bledo Calella de Palafrugell, pero a mi no.
York, Sidney, Bombay y Hong Kong, además de otros territorios menos tipificados. Entre esos territorios menos tipificados se encuentra el mío, en Calella de Palafrugell. Es probable que a Donald Trump le importe un bledo Calella de Palafrugell, pero a mi no.
Si no se invierte la tendencia, las Voltes de Calella serán engullidas por el mar y Donald Trump aplaudirá, como Nerón mientras contemplaba arder la ciudad de Roma que él mandó incendiar. A mi no me parece una cuestión meramente simbólica. Para mi las Voltes de Calella no son un símbolo.
Los espíritus más cínicos o más bobos siempre podrán alegar que el mar recuperará lo que era suyo. Tendrán una parte de razón, aunque no suficiente razón. Es cierto que alrededor de 1750 se empezó a repoblar la franja litoral, tras la desaparición del peligro de ataques piratas que habían llevado las casas de los pescadores a retroceder hasta las villas amuralladas del interior. En el momento de la repoblación se situaron más atrás que hoy.
La edificación fue avanzando hacia la playa y procuraron embellecerla con el paseo marítimo correspondiente. Creó un perfil costero que hoy nos parece arraigadísimo, cuando en realidad es más reciente de lo que creemos. Se ha construido a lo largo de los dos últimos siglos y puede tardar mucho menos en ser engullido de nuevo por el mar, por pura inconciencia.
Los últimos datos del Servicio Metorológico de Catalunya certifican que el nivel del mar en L’Estartit, por poner un ejemplo vecino de las Voltes de Calella, ha aumentado 3,5 centímetros por década los últimos 27 años, entre 1990 y 2016. No es una cuestión meramente simbólica, salvo para los carcamales.
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