A veces quedo embobado ante una palabra con la que doy por casualidad. Me provoca una reacción de ternura alfabética y el deseo de memorizarla, pero sobre todo la fascinación inesperada de un instante revelador. Hoy me ha ocurrido con la palabra “mitigar”, el infinitivo del verbo correspondiente. No tiene nada de particular, sin embargo me ha parecido afortunada, eufónica, digna de ser utilizada con mayor frecuencia. “Mitigar” está bien dicho, expresa una idea atractiva. Claro, las aplicaciones de la palabra pueden ser variadas, divergentes, opinables, incluso contrapuestas. Pero ahora no trato de analizarla, simplemente saborearla. Es probable que en la fascinación repentina ante una palabra guarde conexiones con el subconsciente de
cada uno, alguna relación con una idea previa que hasta aquel momento no encontró una expresión simbólica ajustada, sintetizada en un solo fonema.
cada uno, alguna relación con una idea previa que hasta aquel momento no encontró una expresión simbólica ajustada, sintetizada en un solo fonema.
No lo sé, la explicación me da igual. La cuestión es el placer de volver a encontrar de repente la vieja amistad con una palabra concreta.
Imagino que la fulguración que me ha causado hoy cazar al vuelo la palabra “mitigar” no es ajena, en los repliegues de la memoria, al hecho de haberla escuchado repetidamente dentro de una de las habaneras más bonitas del antiguo repertorio anónimo. La llamábamos “la Tu mitigas” para entendernos en lenguaje coloquial y rápido, aunque en realidad se titula “Luz que brillas”.
Es una de las melodías más exquisitas de un género musical que dio muchas, una pieza de lucimiento vocal gracias al lento y cadencioso arabesco melódico que la voz entrelaza a partir de una sola cuarteta, los únicos cuatro versos que han llegado hasta hoy de una canción seguramente más extensa:
Luz que brillas en el cielo,
oh luna clara y hermosa,
oh qué noche silenciosa,
tu mitigas, tu mitigas mi dolor…
La capacidad de contener belleza musical en una pieza tan corta debe tener relación, por fuerza, con el afecto espontáneo que me ha despertado el reencuentro al azar con la palabra “mitigar”. El diccionario normativo catalán la define con esta única acepción: “Hacer menos vivo”. Paradójicamente, en algunas ocasiones hacer menos vivo resulta vital.
Luz que brillas en el cielo,
oh luna clara y hermosa,
oh qué noche silenciosa,
tu mitigas, tu mitigas mi dolor…
La capacidad de contener belleza musical en una pieza tan corta debe tener relación, por fuerza, con el afecto espontáneo que me ha despertado el reencuentro al azar con la palabra “mitigar”. El diccionario normativo catalán la define con esta única acepción: “Hacer menos vivo”. Paradójicamente, en algunas ocasiones hacer menos vivo resulta vital.
Otro diccionario indica: “Disminuir la intensidad, la gravedad o la importancia de algo, especialmente un dolor físico o moral. Moderar, suavizar, aplacar la dureza de algo”.
Acabo de decir que la explicación gramatical no me importa. La palabra me ha seducido por un instante, sencillamente. Con eso me doy por satisfecho.
Rubén Darío escribía en 1888: “Juntar la grandeza o los esplendores de una idea con el cerco burilado de una combinación de letras; lograr no escribir como los papagayos hablan, sino hablar como las águilas callan; tener luz y color en un engarce, aprisionar el secreto de la música en la trampa de plata de la retórica, hacer rosas artificiales que huelen a primavera, he ahí el misterio”.
Mitigar, mitigar...
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