La luminosidad solar de estos días me lleva a pensar con insistencia en la pintura de Fra Angélico, los azules de lapislázuli que aplicaba al cielo de algunos cuadros y a los mantos más destacados de la Virgen en las distintas Anunciaciones que pintó. Su gran retablo de la Anunciación que se encuentra en el museo del Prado es sin duda más elaborado que el fresco de proporciones similares sobre el mismo tema pictórico que se contempla en el convento de San Marco de Florencia. Sin embargo la Anunciación florentina de Fra Angélico juega con un as en la manga imbatible. Se encuentra en el mismo sitio para el que fue pintada alrededor de
1440, el tramo de pasillo estratégicamente encarado a la boca de la escalera de acceso al primer piso del convento que suben hoy los visitantes, partiendo del claustro de la planta baja. La llaman “la Anunciación del pasillo”, para distinguirla de otras suyas.
Con esta se topa materialmente, tres un súbito codo de la escalera, al abordar la última tirada de peldaños. El efecto sorpresa provoca un instante de vacilación ante la presencia viva de una obra ampliamente conocida a través de las reproducciones.
El visitante no puede mantener impertérrito el paso. Duda sobre la conveniencia de aceptar aquel instante de inmovilización espontánea, prolongarla para contemplar el cuadro desde el inusitado ángulo inferior que facilita el desnivel de la escalera, enmarcado por el portal e iluminado por la luz natural de las ventanas laterales.
El ángulo de visión sorprende por absolutamente infrecuente, pero cobra una importancia relativamente secundaria ante la pintura de Fra Angélico, desprovista de la pasión por la perspectiva propia de otros coetáneos, así como de la mayoría de trucos al uso. Predomina en ella una elevación sin artificio, ingenua.
La composición de la escena es prácticamente idéntica en ambas Anunciaciones del autor que se admiran en el Prado y Florencia: el arcángel Gabriel, de poderosas alas, comunica el milagro con recogimiento a María, situados los dos bajo una logia o galería cubierta que los enmarca. La del Prado, procedente del convento florentino de Fiesole, suma escenas colaterales y un trabajo de conjunto más minucioso en los detalles.
Sin embargo una obra maestra no respira igual una vez trasladada a las salas de una pinacoteca nacional que si sigue mostrándose en la pared donde fue pintada siglos atrás. Los luminosos azules renacentistas de Fra Angélico, igual que el lapislázuli, son una joya de mineralidad natural, directa, como el oro azul del cielo de estos días.
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