Costó una millonada, dentro de los pressupuestos olímpicos de 1992, restaurar la imitación de cartón-piedra del monasterio del Escorial construida en Montjuïc a raíz de la Exposición Universal de 1929 y que alberga desde 1934 el Museo Nacional de Arte de Catalunya (MNAC). Posiblemente habría sido más sensato construir un edificio nuevo. Sin embargo los arquitectos con poder de decisión alegaron que el mamotreto ya forma parte del sky-line de la ciudad y que era necesario potenciar los usos ciudadanos de la montaña de Montjuïc. Aquella decisión sigue en la actualidad renqueando ostensiblemente, sobre todo por la oposición frontal de la Generalitat pujoliana a que llegara el metro a la montaña. El gran parque urbano de
Montjuïc sigue en pañales, y sin metro. El MNAC rehabilitado ha padecido durante los últimos años los mismos recortes presupuestarios que tantos otros servicios públicos. Pocos días atrás su director, Pepe Serra, concedió una serie de entrevistas al cumplir cinco años de gestión y ver prorrogado el mandato cinco más.
Montjuïc sigue en pañales, y sin metro. El MNAC rehabilitado ha padecido durante los últimos años los mismos recortes presupuestarios que tantos otros servicios públicos. Pocos días atrás su director, Pepe Serra, concedió una serie de entrevistas al cumplir cinco años de gestión y ver prorrogado el mandato cinco más.
En una de aquellas entrevistas de balance, soltó una frase lapidaria, sencilla y al mismo tiempo devastadora: “El acceso al MNAC es un territorio intermitente. Si hay Salón del Automóvil, nos lo cierran. Si hay una carrera, quedamos fuera de la ciudad. Si anochece, no hay luz. Si llueve, se encharca” (El Periódico, 17-6-2017).
En el momento del 25 aniversario de los brillantes Juegos Olímpicos de Barcelona, este balance de los esfuerzos invertidos en el Museo Nacional de Arte de Catalunya y la montaña de Montjuïc en general resulta horrorosamente revelador. Y sin metro.
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