Ahora mi hijo menor es más alto que yo, ha terminado la carrera y el máster y ha encontrado un trabajo mileurista como quien encuentra un tesoro. Pero cuando aun aprendía a caminar y le llevaba en su cochecito a dar el paseo de la tarde desde Calella de Palafrugell, solíamos ir a ver las vacas de Can Tibau en el camino viejo de Ermedás. Ayer volví a pasar y las vacas siguen ahí, multiplicadas. Debe ser la última explotación ganadera en actividad en pleno emporio turístico, a un tiro de piedra de la playa, en el “triángulo de oro” del Empordá Petit. Según el recorrido del día, también podíamos ir a ver otras vacas que pastaban en la subida del encinar de “sa carretera veia” entre Calella y Palafrugell, junto al recinto del camping La Siesta. Estos ya eran animales
muy adaptados, casi habían aprendido a cantar habaneras.
muy adaptados, casi habían aprendido a cantar habaneras.
La tercera posibilidad de paseo infantil de tarde era acudir a saludar la vaca del Gamarús, que asomaba el hocico por el ventanuco del Mas Daban, en pleno casco urbano de Calella, en la calle Tarrús. El payés y hombre de negocios Joan Daban Costa, más conocido por el apodo familiar de Es Gamarús, falleció en 1995. Sobra decir que ahora el Mas Daban es un bloque de flamantes apartamentos de segunda residencia y alquiler turístico, abiertos unos pocos días al año.
En el camino de Ermedás se mantiene la granja de vacas, ayer conté una cincuentena larga. Me entretuve un rato, porque el viejo camino de Ermedás es un lugar esencial para entretenerse, divagar, amar con detenimiento. Las viejas masías fortificadas con “torres de moros” contra los ataques piratas se ha visto flanqueadas por chalets de altos cercados, los sembrados han sido sustituidos por una plantación industrial de 5.600 olivos de arbequinas, el suelo resbaloso de arenisca fue asfaltado en 1996, algunos antiguos establos se han convertido en invernadero de embarcaciones de recreo estabuladas, la deliciosa capilla de San Ramón del segle XVI sigue cerrada. A pesar de todo el viejo camino de Ermedás mantiene vivas algunas esencias, junto al casco urbano de Palafrugell por un lado y el de Calella por otro.
Josep Pla tocaba aquí con frecuencia el violín literario, por ejemplo cuando escribía a El cuaderno gris: “Por la calle Ancha salgo a paseo, fuera de la villa. En esta calle vive una chica morena, fresca como los llanos de Ermedás, que se ven al fondo de su perspectiva. Ojos negros, dorados; labios vulgares, rojos; dientes húmedos, deslumbrantes. Los campos, recién labrados, son fuertes de color. El color es tan sólido y denso que parece que debería poderse cortar a lonchas, como el jamón. Veo el mar a lo lejos: fruncido, verde, lívido”.
Acabo de comentar a mi hijo menor que ayer volví donde le llevaba a pasear en cochecito y que las vacas siguen estando. Ha dibujado con los labios una sonrisa y yo he interpretado que acabábamos de prolongar una generación más el prodigio vivo del viejo camino de Ermedás.
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