Esta noche ha sido luna llena, plenilunio redondo, con el calificativo aumentativo de superluna, la única del año 2017. Algunas veces parece más grande y brillante, debido a que su órbita elíptica se encuentra en el perigeo o punto más próximo a la Tierra. La diferencia puede ser más o menos apreciable, cualquier luna llena mensual es capaz de convertirse en superluna en función de múltiples circunstancias: la visibilidad, el punto de observación o el grado de interés personal que ponga cada uno aquella noche. No se trata exactamente una ilusión óptica, pero se acerca. El
atractivo radica precisamente en la ilusión. A mi contemplar el cielo las noches de plenilunio me despierta la vieja la tentación de intentar entender la naturaleza y ordenar la noche...
atractivo radica precisamente en la ilusión. A mi contemplar el cielo las noches de plenilunio me despierta la vieja la tentación de intentar entender la naturaleza y ordenar la noche...
A lo largo de miles de años la posición de las estrellas titilantes marcó los puntos de referencia de los hombres y sus predicciones. La regularidad de aquella presencia de los astros en los cielos claros les servía para medir el tiempo, para saber en qué momento se hallaban del ciclo perpetuo. La costumbre de mirar al cielo para entender algo la Terra ha servido siempre para interrogarse y soñar.
Confieso haber dedicado algunas noches a maravillarme ante el fulgor lunar proyectado sobre el espejo rizado del mar. Las noches de luna aun me despiertan aquel punto de ilusión. Las contemplo como quien escruta un prodigio incierto, voluble, poco puntual a las citas, pero de una inconstancia digna de crédito. La luna tiene noches de gloria y también noches anónimas, de una indiferencia casi científica.
El punto de observación de la luna llena es importante. Seguramente cada uno tiene sus propias predilecciones: la ventana de casa, el frente marítimo, la colina vecina, un oasis del desierto.... Durante muchos años creí que el claro de luna en la playa ampurdanesa de Tamariu era como en ninguna otro punto del planeta. Aun pienso que no iba desencaminado del todo.
En el libro de 1933 Se querían, el poeta y premio Nobel de Literatura castellano Vicente Alexandre tiene unos versos que dicen:
Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro…
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