Ayer dejó de hacer el frío impertinente de los últimos días y lució un cálido sol invernal, de modo que tomé el metro para ir de paseo a uno de los mejores jardines de la Barcelona metropolitana: los campos de alcachofas desplegados hasta el horizonte en el delta del Llobregat. La parada “Cèntric” de la nueva Línea 9 deja a cuatro pasos del prodigio. Los caminos de senderismo habilitados en el Parc Agrari del Baix Llobregat facilitan una sensación de alejamiento al lado de la estación del metro. Permiten salir de los escenarios hechos a máquina y entrar en las clorofílicas tierras bajas payesas, donde el aire turgente del espacio natural contrasta con las pretensiones desorbitadas de la urbe. Caminar por este delta hortícola exulta el bienestar activo, estimula el apetito, diluye la migraña, higieniza el espíritu y atempera las ansias. La alcachofa es una flor, la mejor flor del invierno. Más exactamente un capullo que aun no abrió los pétalos. Si lo hiciera
contemplaríamos una flor de brillante color azul violáceo, pero perderíamos el núcleo comestible. Lo que comemos es el corazón tierno de una flor carnosa.
Las alcachofas son altamente digestivas, diuréticas, probióticas, depurativas, energéticas, ricas en fibra y algunos dicen que afrodisíacas. Sobre todo yo las encuentro enormemente bellas cuando multiplican sus matas de color verde azulado hasta el horizonte.
contemplaríamos una flor de brillante color azul violáceo, pero perderíamos el núcleo comestible. Lo que comemos es el corazón tierno de una flor carnosa.
Las alcachofas son altamente digestivas, diuréticas, probióticas, depurativas, energéticas, ricas en fibra y algunos dicen que afrodisíacas. Sobre todo yo las encuentro enormemente bellas cuando multiplican sus matas de color verde azulado hasta el horizonte.
Las 3.348 hectáreas del Parc Agrari del Baix Llobregat suscitan la envidia de muchas grandes ciudades que desearían tener como Barcelona la despensa productiva en el “km 0” de la inmediata periferia. Una alcachofa criada aquí tarda menos de doce horas de la mata al plato. Las montañas litorales y la marinada protegen la rica tierra deltaica de los cambios abruptos de temperatura y las temidas heladas.
No sé si me arrastra más a este paseo la admiración por la alcachofa que por la planta, orgullosamente erecta en los huertos de invierno, con las largas hojas tan similares al acanto de los capiteles corintios, irisadas de un tono gris episcopal que relampaguea a la merced de la brisa y la luz del día.
La alcachofa es un cardo pasado por el arte gótico, una hortaliza cincelada como una ojiva. Contemplar un campo de alcachofas eufóricas, en estado de rendimiento, un mediodía soleado de invierno, es visitar un auténtico monumento que comunica el gusto de la vida.
Los restaurantes de la zona abundan y destacan. En el lindero de los campos de alcachofas, yo pido mesa en el pequeño patio trasero del restaurante Pati Blau (calle Esplugues de Llobregat nro. 49, en el Prat de Llobregat). Los mediodías soleados ni siquiera es necesario encender las estufas de este recoleto espacio abierto en los linderos del jardín agrario.
0 comentarios:
Publicar un comentario