A la ex modelo Elle MacPherson la llamaban “el cuerpo”, igual que la actriz Ava Gardner era conocida como “el animal más bello del mundo”. Son apelativos de concepto limitado que pueden suscitar alguna aprensión, sin embargo rigen igual que otros en otros a sectores sociales distintos. A Ava Gardner nunca la vi no la en persona, con Elle MacPherson coincidí un día por las calles de Ibiza, larguirucha, sonriente y rumbosa. Me pareció que la leyenda tenía un cierto fundamento. Estos días sale de nuevo en los diarios por no sé qué cambio de pareja, tras el reciente divorcio de un multimillonario con quien ha estado casada los cuatro últimos años y ha obtenido un acuerdo de ruptura de 45 millones de dólares en efectivo y una casa valorada en 22 millones. Los detalles de la noticia me han interesado poco, pero me han llevado a recordar el día en que la vi pasar como encarnación fugaz de un tipo de belleza indiscutible y triunfal. A mi me atraen más las low model de cada día que las top model ditirámbicas, de un balanceo estudiado a compás de
metrónomo que da lugar a un ritmo particular contra el aire que desplazan, por no decir a una construcción poética, ya sea por la espontaneidad de la ingeniería genética o la aportación de la cirugía estética. Probablemente los ingredientes del mito radican más en la mirada que en ningún canon anatómico.
metrónomo que da lugar a un ritmo particular contra el aire que desplazan, por no decir a una construcción poética, ya sea por la espontaneidad de la ingeniería genética o la aportación de la cirugía estética. Probablemente los ingredientes del mito radican más en la mirada que en ningún canon anatómico.
Reconozco que el paso de Elle MacPherson en carne mortal me embobó y que mi sistema nervioso condujo hasta el cerebro alguna fantasía. El lóbulo temporal procesó la información y la envió al córtex prefrontal, la región cerebral del tamaño de una ciruela que constituye el punto más selecto y sofisticado del animal sapiens, donde reside la percepción estética, la creatividad, la espiritualidad, el sentido del humor, la capacidad de distinguir el bien del mal y de tomar decisiones complejas. El estímulo activó un mecanismo de respuesta, las moléculas transportaron el mensaje a través de los glóbulos rojos de la sangre, el hipotálamo abrió el fuego, la adrenalina catapultó un chorro de glucosa y alcanzó un ilusionado acuerdo con la testosterona.
Duró unos instantes. Una vez comprobado el efecto causado por su movimiento cadencioso, no me quedó más remedio que resignarme a la impiedad del mundo, con el ínfimo botín acumulado en el trastero de las ilusiones. Me repetí que no aclararé mi destino con el bolígrafo en la mano, tecleando en el ordenador, contribuyendo a la masa de papel impreso. Me columpié mentalmente con el consejo de Laertes a Ofelia, en el acto primero de Hamlet: "Manteneos a segundo término de los sentimientos, fuera del peligroso alcance del deseo".
Di vueltas al mecanismo cognitivo de los sentimientos, al funcionamiento de algunas emociones, al cálculo menoscabado de la regulación biológica, a los sucesivos defectos de la razón pura y a la espiral torcida del pensamiento turbado. Elle MacPherson pasó, justo pasó.
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