El escultor Arístides Maillol fue enterrado bajo su desnudo femenino más conocido, bautizado con el nombre de Mediterránea, en la casa-taller que utilizaba en el valle del pueblo natal de Banyuls. Alrededor de las curvas convencidas de una idea del cuerpo de la mujer, Maillol impuso una nueva estatuaria monumental en el preciso instante en que el arte moderno empezaba a "deconstruirla". De aquel modo acabó por ser reconocido en todo el mundo como el gran renovador de la escultura del siglo XX, gracias a unos desnudos agraciados con el don de la monumentalidad. Ya no eran ninfas místicas, hadas legendarias, divinidades
mitológicas, Venus quiméricas, princesas ni cortesanas idealizadas.
No eran fruto de las astucias de la imaginación. Las modelos reales vivían al lado de su casa, eran de carne y hueso, con nombre y apellido. Representaban la elevación de una naturalidad imperfecta, como el paisaje del valle de Banyuls. Se llamaban Clotilde Narcís, Teresa Lagresa, Laura, Dina Vierny.
Las imperfecciones las singularizaban, eran una de las claves, como expuse en mi libro Mailloll l’escultor carnal. Enaltecer la sensualidad de aquellos cuerpos no equivalía a ninguna obscenidad, tampoco a ningún sentimentalismo fácil. Sus esculturas pretendían subrayar que las delicias pueden encontrarse a ras de suelo cuando se emplea una pasión voraz por la realidad, cuando se sabe que por debajo de la piel corre la sangre tumultuosa de sentimientos y deseos mientras la naturaleza mantiene su trabajo de zapa.
La vida acaba siempre por imitar al arte y hoy se identifica con Maillol una determinada silueta de mujer. Sus obras se han visto consagradas en un “museo” del mayor prestigio. Veinte de las piezas monumentales maillolianas –casi toda su producción— se encuentran instaladas de forma permanente en los céntricos jardines parisinos de las Tullerías, uno de los puntos más visitados del mundo, donde el palacio real del Louvre se prolonga a través de estos jardines hasta la plaza de la Concorde.
Sin embargo el Maillol más auténtico se contempla en su paisaje natal, donde residía la mitad del año a pesar de hallarse plenamente consagrado en París. El poeta y amigo Josep Sebastià Pons escribió en 1930: "La escultura de Maillol se halla prefigurada en este país, pero preciso que adivinara su sentido para transmitirlo a frutos más carnosos. Las formas de las estatuas reducen las del paisaje y gracias a ello su lectura nos resulta hoy más fácil. La novedad que vemos en la escultura de Maillol es la que sorprende en el valle de Banyuls".
En efecto, se debe salir del coche a desentumecer las piernas, maravillar los ojos, oxigenar el espíritu, prestar atención a los murmullos del lugar, abrir los balcones de los sentidos y airear sus manteles. Este valle de Banyuls y la casa-taller del artista, convertida en pequeño museo, no contienen un solo gramo de pintoresquismo ni de liturgia. Aquí se puede escuchar la paz y, si se presta, darle conversación.
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