El renacimiento del restaurante Voramar de Portbou (no confundir con el vecino Miramar de Llançà) es también una historia de amor y superación. El establecimiento regentado durante largos años frente a la playa por Domingo Jamàs y Maria Josep Garbí tenía que pasar el relevo a los hijos Míriam y Pau. Míriam se enamoró del joven cocinero del restaurante Passatges situado justo al lado y se casaron. Ahora Guillem Gavilan es el chef del Voramar, Míriam la responsable de sala y Pau el encargado de los postres. El relevo ha dado resultados espléndidos. Ayer me sirvieron un arroz de calamar y setas insuperable (foto Quim Curbet). El pueblo de
Portbou ha quedado reducido a 1.100 habitantes, una cuarta parte que en 1930. Encarna la imagen viva de la decadencia, por la caída del tránsito aduanero y ferroviario, sin embargo el turismo hace que conserve cinco restaurantes en activo.
Portbou ha quedado reducido a 1.100 habitantes, una cuarta parte que en 1930. Encarna la imagen viva de la decadencia, por la caída del tránsito aduanero y ferroviario, sin embargo el turismo hace que conserve cinco restaurantes en activo.
La decadencia ha tenido un narrador, el periodista Ramón Iglesias, hijo de Portbou, en el dietario que mantiene cada domingo en el Diari de Girona. El “oxidado esqueleto ucraniano” de la gran estación, la “gallinácea línea fronteriza” del tren convencional, el error del antiguo gobierno municipal de abandonar el proyecto de centro cultural Walter Benjamin en el Ayuntamiento viejo que “cae a trozos” o el calificativo de “municipio más arruinado de la demarcación”, son frases suyas.
En este contexto, el renacimiento generacional del restaurante Voramar tiene todavía más mérito, más atractivo y más sabor. Ser capaz de renovarse y hacer bien las cosas convierte el mundo en un poco más noble, activa la empatía, fomenta la fe en que cada uno puede cambiar su destino, compensa la pendiente de siempre hacia la destrucción. En contra del postulado filosófico de Parménides de que todo ser es único, inmutable e inmóvil, Heráclito se alzó para sostener que lo importante en la naturaleza humana es el perpetuo fluir de las cosas.
No es cierto que en Portbou prevalezca una mentalidad avara, nudosa y retrospectiva. Las ironías de la historia y el hilo rojo de la vida hacen que tenga el particular encanto de un lugar atractivo y tenebroso a la vez, entrelazado de dureza y ternura, es decir de humanidad. Dentro de una geología áspera, arañada, brusca y de color de asfixia. exhala el sudor de las locomotoras, el perfume del romero y el silencio de la soledad. Ayer viernes era día de mercado y parecía avivarse un poco, quizás también porque soplaba fuerte de levante por la mañana y entró la tramontana al mediodía.
A algunos les debe parecer el escenario soñado para desplegar la hipérbole de los dramas románticos o los estados flotantes de la poesía decadentista porque el idealismo que practican es un proceso de ignición mística alimentado por cuatro cerillas, todo lo contrario de la civilización y del intento de comprensión del estado de las cosas concretas. En realidad Portbou desafía al futuro contra calendarios, tarifas y horarios, contra aquellos que solo buscan el beneficio de unos cuantos y siembran la muerte. El restaurante Voramar es un canto de fe en la vida y en la verdad moral indoblegable de un buen arroz de calamar y setas.
Genial escrit Xavier. Gran Restaurant a Port-Bou
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