6 abr 2019

Mañana de playa sin bañador en la maravilla de Sa Conca

Las playas no están ahí solamente en verano. Incluso diría que su mejor momento no es en plena temporada. Llevo largo tiempo utilizándolas también el resto del año para dar paseos como en los mejores parques, sobre todo algunas especialmente elegidas. Sa Conca, entre S’Agaró y Platja d’Aro (en Cadaqués hay otra Sa Conca, ribeteada de olivares) destaca como una de las más fabulosas en la versión de playa abierta, no en la otra modalidad de cala rocosa. El largo arenal es de grano suelto y perlado de nácar, el agua azulísima y translúcida, el pinar fragante y tentador. Describe una curva viva, palpitante y a la vez reposada. Representa uno de los lugares más apropiados para descifrar la claridad, la belleza, el alma inasible del mar. Un
paseante predispuesto encuentra en ella el equilibrio entre los distintos estados de la materia hasta alcanzar la sublimación en el sentido más científico de la palabra: pasar de sólido a gaseoso y diluirse vaporosamente en el ambiente.
Las olas expelen sin fatiga ni monotonía el aliento de algún viejo sueño. La franja de arena articula con fuerza narrativa e intensidad expresiva el tenue tejido sonoro de un silencio que en algunos momentos puede antojarse indiferente o huraño, inhóspito, húmedo, escurridizo, de una vagancia vidriosa, aunque de hecho resulte elocuentísimo, sabio, gozoso como una sonata de Schubert en el momento de dar el tono correcto, la nota precisa, la cadencia justa.
La playa de Sa Conca se despliega con la misma elegancia con que la actriz Julia Roberts se agacharía para recoger un objeto del suelo, en una imagen corpórea del tumulto de la biología y la hondura del tiempo convertida en fugaz escena vivida. Es un lugar para llenar de sentido el tiempo reblandecido y convertirlo en una visión tersa del mundo algo más noble de lo habitual, como un afán de armonía espontáneo, libre, un poco contradictorio como todo lo que vale la pena, sin necesidad de confundir el marco con el cuadro, la cenefa con el contenido.
Acto seguido fuimos a comer a las terrazas de La Fosca, que es otra playa clara. Durante la
sobremesa releí en voz alta el reciente poema de Quim Curbet titulado “Res” (Nada):

Res no torna al no-res,
tot es renova en l’àmbit
insubornable dels antics.
Torna la llum de cada dia
a la teva pàtria, bon Horaci,
on les pedres es commouen
amb aquell vent que no cessa.
Res és molt i moltes són les lleis
dels que ens volen menys lliures.
Potser només hem de saber trobar
l’única veritat incòlume
entre les runes dels temples
i en alguns paisatges ingrats.
Res no torna al no-res,
perquè res no torna mai del tot
a desgrat de Minerva.



Nada vuelve a la nada,
todo se renueva en el ámbito
insobornable de los antiguos.
Devuelve la luz de cada día
a tu patria, Horacio,
donde las piedras se conmueven
con aquel viento incesante.
Nada es mucho y muchas son las leyes
de quienes nos quieren menos libres.
Tal vez baste con encontrar
la única verdad incólume
entre las ruinas de los templos
y en algunos paisajes ingratos.
Nada vuelve a la nada,
porque nunca nada vuelve del todo
a pesar de Minerva.

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