En Perpiñán la meteorología mediterránea permite que mesas y sillas del Café de la Poste ocupen un lado de la plaza el Castillet todo el año. Es uno de los escenarios del centro donde el cliente puede estar seguro que verá desfilar en algún momento del día al conjunto de elementos de la vida ciudadana, igual que en los vecinos cafés de la rambla de la Lonja o de la plaza Aragó. No es necesario concretar citas, todo el mundo pasa ante estos tres observatorios en un momento u otro, por un motivo u otro. El Café de la Poste estuvo regentado durante largas décadas por la familia Vila, el padre Salvador Vila desde 1952 y el hijo Robert Vila y su mujer Marieke hasta la jubilación en 2016. La nueva gerencia de Julien Gerbaud (antiguo responsable del
Café de la Rotonde de la plaza Jean Payra, frente a la Librería Catalana) solo duró un par de años. Ahora lo llevan Rodolphe Couderc y Benjamin Barlaud. La esencia es la misma, bajo los tres frondosos plátanos de la entrada y a la sombra del Castillet.
Café de la Rotonde de la plaza Jean Payra, frente a la Librería Catalana) solo duró un par de años. Ahora lo llevan Rodolphe Couderc y Benjamin Barlaud. La esencia es la misma, bajo los tres frondosos plátanos de la entrada y a la sombra del Castillet.
Aquí he transcurrido horas y mantenido entrevistas que recuerdo con claridad. Podría expresarlo con las mismas palabras que el colega Bernard Revel: “Me encuentro a gusto a la sombra de los plátanos. Hace calor, la gente pasa y la miro. Es una mirada volandera. Divago sin verles realmente, da igual si se trata de una gorra divertida o una afortunada silueta, un chiquillo pretencioso o una vieja dama tambaleante, unos gitanos de risa estentórea o un perrito atado a su correa. Pasan y les olvido. No tiene importancia. Lo único que me interesa es la escena. Un pedazo de Castillet a mi derecha, las tres calles que confluyen en la placita, los coches y la gente. Mi mirada se prende de la barba blanca de un hombre raro vestido de rojo y acto seguido se desliza hacia el paso bamboleante de una chica montada sobre sus talones, ante de verse interceptada por dos mujeres con velo. Podría intentar imaginar sus vidas, representarme a uno como artista, a la otra como Lolita fatal, a las dos últimas como esposas sumisas. Prefiero seguir sencillamente el movimiento general. Me quedaría horas y horas así, entre dos sorbos de cerveza, mientras el azar guía mis pequeños sueños despiertos”.
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