6 feb 2020

Para el duque Josep Elias con música de Bola de Nieve, en Cadaqués

Era el mes de marzo de 1980, dos años antes de morir, recién cumplidos los cuarenta. Vivía en una casita vieja de Cadaqués sin más comodidades que las indispensables. Había ganado el premio Carles Riba de poesía con el poemario Per a un duc Bach escriví música d’orgue, a Weimar y el Documenta de narrativa con el libro Descomposicions. Era uno de los autores jóvenes más valorados. Nacido en París durante el exilio de los padres, vivía de traducciones y en aquel momento estaba traduciendo a toda velocidad Conversations avec Cézanne. Empezamos a charlar con la música del disco “Horowitz plays Scarlatti”, proseguimos con unos quintetos de cuerda de Mozart
y terminamos con el mítico cantante cubano Bola de Nieve y unas cuantas copas de vino en el gaznate.
Yo tomaba notas a mano en un cuaderno, porque entonces el magnetofón era de debutantes. Me acompañaban Patrícia Gabancho y el fotógrafo Joan Víctor. En la casita también estaban la escritora Helena Valentí y su hija Andrea. Helena Valentí estaba escribiendo su libro La solitud d’Anna y murió en 1990, a los cincuenta años.
“De las novelas de autores catalanes que se publican ahora –me dijo-me--, las hojeo y no veo ninguna que me llame la atención. Es más, se dan algunos ejemplos repugnantes de bluf literario. Están intentando llegar a la convicción de que tenemos una literatura majísima. Y no. Si el público compra Oferiu flors als rebels que fracassaren, pues allá ellos. A J.V. Foix le han descubierto al cumplir los ochenta años. A Ferrater, cinco años antes de morir. ¿Queréis escuchar este disco de Bola de Nieve? Lo he perseguido durante quince años y finalmente me lo han enviado. Escribe: ‘Fui a casa de Josep Elies y lo más interesante que saqué fue conocer a Bola de Nieve’. Esto sí que no es un lujo de la cultura. Literatura y vida deberían ser la misma cosa. No digo que se deba vivir solo de ramalazos, sería una ingenuidad. Pero cultura y vida deberían ser la misma cosa”.
La entrevista se publicó aquel mes de marzo en el semanario barcelonés L’Hora, con las fotos de Joan Víctor.

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