16 abr 2021

La vida majestuosa pero lánguida de las Drassanes barcelonesas

Cualquier capital europea que dispusiera de un monumento gótico con las dimensiones, la historia y la ubicación de las Drassanes barcelonesas ya lo habría convertido en foco de atracción internacional. Aquí no. Debe ser el destino de las instituciones culturales gestionadas por la Diputación de Barcelona: llevar una vida económica asentada pero sin mucha proyección. El edificio creado a finales del siglo XIII ocupa 19.000 metros cuadrados, restaurados sin reparar en gastos durante las últimas décadas como Museo Marítimo. Se encuentra a orillas del mar, en un punto especialmente frecuentado del final de la Rambla. Estos días se puede recorrer todo el recinto con una calma desconocida y probablemente fugaz. Junto a su incalculable colección permanente, organiza exposiciones temporales bien montadas. Dispone de un delicioso bar-restaurante en el jardín de naranjos del patio de entrada, tan majestuoso como el resto del edificio, aunque las sillas metálicas exteriores recuerden un poco la vida de los condenados a galeras. Se acaba de publicar una magnífica novela histórica de Miquel Fañanàs con el título Les drassanes del rei.
A todos los triunfos que suman las Drassanes barcelonesas tan solo les falta una promoción más sólida de la estima ciudadana, aquella clase de sentimiento compartido que da vida a las cosas y a los museos, inclusos a los mejor dotados y restaurados.

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