15 dic 2014

La llave de la casa de Robert Graves en Deiá

Sin la inolvidable interpretación del actor británico Derek Jacobi de emperador romano tartamudo en la serie televisiva Yo, Claudio, producida por la BBC en 1976 para celebrar el cuarenta aniversario de sus emisiones, hoy se hablaría mucho menos del poeta y novelista inglés que vivía retirado en Deiá, tras romper con las convenciones de su país a raíz del trauma que le supuso la participación en los combates de la Primera Guerra Mundial. En 1929, a los 33 años, Robert Graves publicó en Londres la autobiografiía precoz Adiós a todo eso y se instaló en Mallorca.  Con los derechos de autor de la primera edición compró aquel mismo año 1929 un
terreno en Deiá y empezó a construir en estilo mallorquín una casa de piedra de dos plantas, con sótano y buhardilla, en las afueras. La bautizó Ca n’Alluny.
Eligió un pueblo mediterráneo de 500 habitantes, de tierra abrupta y pedregosa que se regía aun por el ciclo agrario de antes de la mecanización, al margen de cualquier círculo oficial importante y de las ambiciones irresolubles, incluso al margen de la colonia inglesa de Palma de Mallorca o Pollença. El coste de la vida resultaba diez veces más barato que en Inglaterra y la dureza del invierno infinitamente más corta. 
Para terminar de pagar la factura de los albañiles escribió en Deiá y publicó en Londres en 1934 la novela Yo, Claudio. El éxito televisivo, cuarenta años más tarde, ya le sorprendió con la mirada y la memoria perdida, extrañado también de su éxito. Murió en Deiá en 1985, a los noventa años. Está enterrado en este municipio enclavado en la Serra de Tramuntana, donde escribió la práctica totalidad del centenar largo de libros publicados: cerca de cincuenta obras de poesía, dos docenas de novelas, trabajos de investigación histórica y de crítica literaria. 
La casa que empezó a construir en 1929 acoge hoy la Fundación Robert Graves, de visita pública, convertida en centro difusor de su legado, que no se limita a los libros. El estado de la finca es inglés por la pulcritud, el estilo de la construcción y la botánica son mallorquines por elección. 
El mérito de los herederos no se ha limitado a convertir la propiedad en un centro abierto en recuerdo del escritor. En vez de maquillar la extrema modestia de las condiciones de vida en el interior de la casa, han subrayado la inmensa riqueza de la opción de vivir en tales condiciones y tal entorno. También eso es el legado de Graves, tal vez sea sobre todo eso. El único lujo lo ponen el clima, la naturaleza y los libros. 
La propiedad sigue la curva de la carretera de Palma a Sóller, se asoma a ella hasta convertirla en un palco de proscenio de los campos y el mar, aunque también de los numerosos autocares turísticos que la transitan en visita organizada hacia a Valldemossa. La única calle de Deiá es esta carretera. Las demás son cuestas, subidas y bajadas laberínticas que se agarran al espacio disponible, nunca llano. No hay plazas, las áreas de estacionamiento de coches son escasísimas. Los autocares adoptan al paso por Deiá un aspecto de elefantes en una tienda de porcelanas. 
Era un pueblo pobre, ahora es un pueblo de segundas residencias de ricos. El entorno se ha mantenido y la arquitectura de piedra tradicional no se ha visto barrida por sistemas más expeditivos. También tiene que ver con el legado de Graves, que no se limita a los libros. Su presencia jugó un papel revalorizador de la vida tradicional en la pequeña localidad montañosa que toca al mar. Aquí no hay, como en la vecina y rival Valldemossa, hileras de casas unifamiliares construídas en serie, tiendas de outlet ni escaparates con carteles escritos en alfabeto cirílico para anunciar ”Se habla ruso”. 
El año 2009 la revista norteamericana de negocios Forbes designó a Deiá como uno de los “10 lugares más idílicos de Europa para vivir”. Era el reconocimiento de la tendencia consolidada por los millonarios. El propietario de la empresa Virgin, Richard Branson, compró aquí dos fincas y construyó el hotel de lujo La Residencia en el centro del pueblo. También desembarcaron en Deiá los actores Michael Douglas y Pierce Brosnan, los compositores Andrew Lloyd Weber, Mike Olfield, Kewin Ayers y Carl Mansker, la pianista Suzanne Bradbury, el pintor Matti Klarwein. Luego fueron más, conocidos o no. En castellano se solía hacer la chanza de “Deiá, el pueblo DE YA pintado”. Kevin Ayers tituló su doceavo disco Deià… Vu
Subsiste el arte de la piedra seca de los margers para mantener las grandes terrazas de terreno escalonado, en las que crecen los olivos, los almendros, los algarrobos y los limoneros, ni que sea como flores de jarrón sobre las mesas decorativas que forman esas terrazas del paisaje. Los jóvenes no logran encontrar vivienda al alcance de sus posibilidades económicas. La antropóloga norteamericana Jacqueline Waldren, que lleva más de cuarenta años viviendo en Deià, lo analizaba con agudeza en su llibre del 2001 Mallorquins, estrangers i forasters (Editorial Moll). 
El Puig del Teix (1.064 m), de requemada piedra calcárea, aísla y resguarda a este valle de torrentes frondosos, lo comprime entre la montaña y el mar, los acantilados y las calas de guijarros talladas en la roca. La masa del Teix ensombrece la luz solar en el pueblo rodeado de cerros. Provoca que la luna salga más tarde y proporcione, según Graves, uno de los claros de luna más resplandecientes, de una intensidad inédita. 
Las casas de piedra de Deiá asaltan el dosel de la montaña, desde la parte inferior del Clot hasta lo alto del barrio del Puig, donde se sitúa la iglesia encastillada y el pequeño cementerio anexo que acoge en el suelo a los restos de Graves. Apenas han proliferado bares y restaurantes. El papel presidencial lo sigue ostentando Sa Fonda del amo Toni Rotger, donde en verano a veces se montan conciertos de tarde en la terraza pergolada que ejerce de ágora del pueblo. Años atrás tocaba aquí S’Altra Banda, el conjunto musical formado por los hijos de Graves. 
Frente a Ca n’Alluny parte el Camino de Graves hasta Sa Cala de Deiá, gracias a una estrecha carretera de tres kilómetros sumariamente asfaltada, repleta de curvas en pendiente, que el escritor trazó como sendero de tierra para irse a bañar. Otro Camí dels Ribassos arranca del barrio inferior del Clot y sigue el Torrent Major hasta el mar, tres dejar atrás los huertos y antiguos sembrados. En Sa Cala las últimas barracas para guardar los aperos de pesca y las barcas se han excavado en la roca, con embarcaderos de troncos de madera. En verano abren un par de bares-restaurante de temporada. 
La casa de Graves no despunta por ninguna altisonancia genial sino por todo lo contrario, por el protagonismo del medio natural elegido y el respeto invertido en la manera de integrarse en él y mantenerlo hasta hoy. El legado expuesto al público consiste ante todo en un estilo de vida, que ahora puede recorrerse para entender su lección. 
En la recepción se pueden comprar souvenirs relacionados con el escritor (gorras, postales, tazas con su efígie) y también los libros en distintos idiomas. No solamente los suyos. El libro del hijo mayor del segundo matrimonio, William Graves, criado en Deià y conocido por Guillem, se titula Bajo la sombra del olivo. La Mallorca de Robert Graves, traducción de la versión original inglesa Wild Olives. No es solo una excelente biografía del padre escritor, sino sobre todo una reveladora autobiografía del hijo. Gracias a su coraje ante el peso de la figura paterna y a una prosa impecable, permite acercarse como ningún otro libro al perfil del mito. 
Los largos años en Deiá fueron para Robert Graves una terapia frente a las secuelas dejadas por la participación como soldado en la Primera Guerra Mundial, un trauma que no abandonó nunca su subconsciente, tal como revelaron de nuevo sus desvaríos de la vejez, ni que fuesen plácidos y rodeados por la familia solícita. En 1916, el día en que cumplía 21 años, resultó herido en el pulmón y una pierna en la batalla del Somme (Francia) y dado por muerto entre los montones de cadáveres. 
Nacido en Wimbledon (Londres), hijo de la burguesía dirigente, educado en colegios privados como futuro gentleman y licenciado en Letras en Oxford, Robert Graves estaba llamado a una estable carrera profesoral en su país. La abandonó con el sonado portazo del libro Adiós a todo eso, a favor de la vida austera e independiente en un pueblo mallorquín desconocido que le había sido recomendado por Gertrude Stein junto con la admonición: “Es un paraíso, si lo sabes aguantar sin aburrirte”. 
En 1838 George Sand y Frederic Chopin pasaron el invierno en la vecina Valldemosa y no lo aguantaron. Otro desterrado voluntario y desengañado como S’Arxiduc Luis Salvador de Austria echó raíces en esta misma Serra de Tramuntana entre 1867 y 1914 –y la compró casi por entero. Los pintores y los escritores ya habían descubierto el lugar, generalmente com a aves de paso: Gustave Doré extrajo una xilografía en 1862, Santiago Rusiñol lo pintó a partir de 1893 y Sebastià Junyer-Vidal en 1902, Rubén Darío estuvo aquí en 1906. A la llegada de Graves ya había un hotel para veraneantes y vivían algunos residentes ingleses y alemanes. Él mismo escribió: “Aquí, en Deiá, las vibraciones de la piedra y del mar hacen que la gente sea más como es: más buena o más mala. Aquí la gente que viene queda ligada por siempre o bien no puede aguantar quince días y debe marchar”. 
La decisión de construir la casa no fue solo suya, tal vez ni siquiera fuese principalmente suya. Entonces formaba pareja con la joven, brillante y tiránica escritora norteamericana Laura Riding, rodeada con frecuencia por una comunidad de amigos íntimos, acólitos y seguidores. Robert Graves había dejado primera esposa y cuatro hijos para enrolarse en el culto de aquella Musa, la Diosa Blanca maternal, hechicera, dominante, ardiente, neurótica e insoportable. El liderazgo ejercido por Laura Riding sobre Graves fue decisivo, marcó para siempre su idea sobre el papel imprescindible de la mujer idealizada, de la Musa en la creatividad del artista, al mismo tiempo que que reconocía la ambivalencia cruel e incontrolable de aquel influjo. 
Tras construir la casa, Laura Riding se cansó y en 1939 regresó para siempre a Estados Unidos. Robert Graves inició entonces la nueva relación de pareja con Beryl Pritchard, veinte años más joven que él, madre de sus cuatro hijos más, también licenciada en Letras en Oxford y traductora. 
Robert Graves y Laura Riding pusieron a la casa el nombre de Canelluñ, escrito en pseudo-mallorquín. El escritor siempre va utilizó esta pintoresca grafía fonética, cuando el municipio se denominaba “Deyá”. Algunos dicen que el nombre quería significar Casa de la Luna, pero la mayoría cree que se refiere a Casa d’Allà Lluny o Ca n’Alluny, como se escribe ahora, por encontrarse en las afueras.
Al estallar la Guerra Civil los miembros de la colonia británica de Mallorca fueron repatriados. Robert Graves tampoco pudo regresar a Deiá durante la Segunda Guerra Mundial de 1940-45. Se instaló aquellos diez años en el pueblo inglés de Galmpton (Devon), donde nacieron los tres primeros hijos de la su nueva unión con Beryl Pritchard: Guillem, Lucía y Joan (tan solo el cuarto, Tomàs, nació en Mallorca). Al retorno a Deiá con la nueva compañera y los hijos, en mayo de 1946, Graves encontró que los vecinos le habían mantenido la casa y el olivar en perfecto estado. No se movió más. 
En 1963 el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, le visitó en Ca n’Alluny para invitarle a pronunciar una conferencia en lel Ateneo de Madrid. Entonces Graves ya era en Deià es senyor de Ca n’Alluny, una cotizada personalidad. A cambio de la conferencia el escritor pidió al jerarca la regularización del suministro eléctrico en Deiá, en una carta dirigida al ministro el 3 de junio de aquel año con su castellano dificultoso: “Mientras cada noche tenemos que encender velas para asistir la corriente eléctrica local, tan insuficiente y abominable, eso afecta no tan solo a las casas particulares a no menos que entre pensiones y hoteles existen en esta localidad unas ocho. Las razones de estos perjuicios son oscuros y parece que no hay ninguna esperanza de remediar la situación sin la acción de su alta personalidad”. 
La vieja turbina que proporcionaba la renqueante electricidad de Deiá gracias a un salto de agua, desde 1935 hasta 1963, figura hoy en el jardín de la casa de Graves como recuerdo, como uno más de los numerosos recuerdos de un estilo de vida. A partir de 1972 Graves empezó a padecer de Alzheimer. En la fiesta de sus 80 años, en 1975, apenas reconocía a la familia. A veces los vecinos lo encontraban dando tumbos desorientado por el pueblo y lo devolvían a casa. 
En la crónica del entierro de Graves en Deiá el 8 de diciembre del1985, el periodista mallorquín Basilio Baltasar anotó: “Mientras las autoridades se retiran de su formal protocolo y los vecinos se estrechan débilmente la mano, el cielo cubierto de nubes grises y azules y aves alborotadas por la tempestad inminente no sugieren ningún indicio digno de ser interpretado. La familia sirve en Ca n’Alluny un te para los amigos. Algunos recuerdan en silencio una de las más significadas contribuciones de Graves al indescifrable signo de los tiempos: su descripción de la mujer. A ella le atribuía el don de la protección concedida a los poetas conforme a la tradición. Pero advierte a la vez que esta misma mujer está poseída por una crueldad necesaria, cuyo veneno no controla y desconoce. Una mujer que practica una supuesta arbitrariedad, dispuesta a la aniquilación del hombre debilitado. Una mujer cuya ambivalencia desconcertante es la adivinanza de la supervivencia y su predominio silencioso un orden natural irrebatible”. 
Fue preciso esperar hasta 2009, setenta años después de su llegada a Deiá y quince después de morir, para que se publicase una antología bilingüe inglés-catalán de Graves. Contiene 160 poemas, de los 1.202 de su producción, traducidos por Josep M. Jaumà en las Edicions Salobre de Pollença, bajo el título El país que he escollit y la supervisión de la hija Lucía Graves, también poeta, escritora y traductora. 
La edición fue saludada por el crítico Sam Abrams con unes líneas que merecen ser citadas por el acierto de la síntesis que contienen: “El entorno humano y físico de Deiá fue uno de los estímulos más importantes que permitieron que Graves llevase a cabo una de las revoluciones culturales más ambiciosas de la era moderna. Graves, completamente solo, rearticuló la tradición judeocristiana y grecolatina, porque necesitaba un substrato cultural renovado. Como Friedrich Nietzsche, Graves necesitó reiniciar la cultura occidental. Y eso pudo hacerlo porque Mallorca se lo permitía. Deià fue fundamental en el crecimiento de la obra del gran poeta amoroso del siglo XX […] En tal sentido, este libro de Graves puede considerarse un acto de desagravio. La obra de Graves tropezó con muchos problemas de recepción, que van de las exigencias morales de Marià Manent a las acusaciones de asesinato de Carles Riba lanzadas por Blai Bonet, pasando por la envidia mal disimulada de Josep M. Llompart y su comparsa Vicent Andrés Estellés” [Sam Abrams: “Robert Graves per sempre”. Avui, 13-5-2009]. 
Seguramente el último párrafo resulta incómodo. No importa. El primero recalca suficientemente la clave de esta casa deianenca, la llave de Ca n’Alluny.

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